Por Tolerancio
Ahora sé por qué
dedicar calles a los asesinos de ETA no goza de las simpatías de una parte de nuestros representantes políticos: porque no matan lo suficiente. Sus
víctimas mortales no llegan a mil.
Cierto que, como
el ayuntamiento de Madrid respecto de Santiago Carrillo, algunos municipios de
Vascongadas, Navarra y Cataluña, han pretendido agasajar a terroristas de
distinto pelaje, pero entonces la
Fiscalía ha actuado de oficio o a requerimiento de las asociaciones
de víctimas, esas lloronas insoportables,
Oyarzábal dixit.
Hay quién dice que
Carrillo no participó personalmente en la masacre de Paracuellos contra miles
de personas desarmadas, no combatientes (no obstante, como casi todo es
opinable hay quien dice que sí cooperó con sus propias manos y más allá del
mero diseño logístico). Razonaremos interesadamente, en beneficio del finado y
de nuestro relato, que no lo hiciera. Eso le distinguiría de los etarras que,
para ser dirigentes de la banda y recibir el póstumo homenaje de una placa
callejera tuvieron que echar los dientes en el crimen mediante el rito
iniciático del tiro en la nuca o del bombazo destripador. En ETA para ser
fraile primero hay que ser cocinero, pero de la escuela deconstructiva, no de recetas, si no de vidas.
Ana Botella le ha
dedicado una calle a Carrillo porque ha querido. Nadie le ha obligado. Su
negativa se habría entendido perfectamente. Luego si lo ha hecho es porque le
gusta. No en el sentido de que la fastuosa obra criminal del dirigente
comunista le complace estéticamente como la audición de una misa barroca de
Bach. Es peor aún: íntimamente le fascina.
La alcaldesa nos recuerda a esas monjas de La
leyenda del César visionario de Umbral que se cuelan en sórdidos calabozos
de la retaguardia nacional para consolar las fatídicas horas de los presos
republicanos, ofreciéndose, en su infinita misericordia, al carnal alivio de
los penados.
Amar a los criminales en su maldad infinita porque
son criaturas de Dios descarriadas. Y la grandeza de nuestros sentimientos se templa en la generosidad con
el individuo tocado por el halo maligno de las tinieblas. Ana Botella lo hace
con ese temblor piadoso y traspasado de la beatería más sublime que implora al
Altísimo para que le conceda la gloria del martirologio, con la renuncia de sí
de un san Sebastián asaeteado por sus victimarios o de los primeros cristianos
expulsados a latigazos de las catacumbas y arrojados a las arenas circenses
para gaudio de leones hambrientos. Y entonar un Dios, perdónalos porque no saben lo que hacen y alcanzar de ese
modo las etéreas cotas de la inmortalidad.
Ana Botella se
paladea imaginando a los presos de las cárceles Modelo y Porlier trasladados al
último páramo… al amanecer. Miradas perdidas, abrazos para confortarse, manos
que pasan las cuentas de un rosario furtivo hurtado a la requisa. Neblina de
madrugada. Los faros de los camiones. El humo del pitillo de uno de los
verdugos. El clac del cerrojo de una
tercerola Máuser, el olor a tierra
removida a paladas. Uno desfallece. Otro le sostiene. Los seminaristas más
jóvenes, chiquillos aún, lloran y llaman a sus madres con la voz quebrada. Las
ráfagas. Los cuerpos se derrumban dentro de la zanja. Uno aún respira y la
tierra de la sepultura troca el llanto y la sangre en un barro negruzco. Hace un
frío que pela. Ana Botella lo ve, suspira, jadea… en un registro místico…
querría subirse a un bucle temporal y aparecer entre los condenados para
transmitirles confianza y aplomo en esa hora crítica… una heroína en medio de
la desgracia… Y refusilar a los suyos.
Ana Botella quiere
mirar a los ojos del mal y vencer en su colosal compasión… Ana Botella regresa
incólume de los círculos infernales y cabalga a lomos de un blanco corcel y
ondea, como su cabellera al viento, el estandarte de la doncella de Lorena. Su
aliento es más puro e inconsútil tras hociquear con avidez en el negro y
pestilente culo de la muerte.
En una calle de Madrid…
5 comentarios:
Muy bueno Tolerancio.
La mujer se ha convertido en el paradigma de la anti-meritocracia con el que el peronismo celtíbero empapa al país. No pudiendo destacar por méritos no hay otra alternativa que la de disimular en el coro de la degradación general como otra voz más de la cacofonía nacional. Sin duda, la calle a Santiago Carrillo era la oportunidad de mimetismo soñada para entrar en el club.
Así es, esto solo se puede "explicar", desde la perspectiva de aquel pobre pepero, desamparado ideologicamente, pero que sueña con ser aplaudido por las hordas socialdemócratas.
O como decimos otros, los complejines.
Esta mujer está resultando muy tonta: otro Feijoo, otro Rajoy, otra Camacho, otro Basagoiti-Oyarzabal. Solo son buenos para agarrarse al poder.
Impecable, Tolerancio; no por sobada es menos cierta la sentencia de que la realidad siempre supera a la ficción. No cabe duda; han venido para congraciarse con la izquierda más reaccionaria.
Esta imagen ya prometía y presagiaba.
No hay ética sin una mínima estética, y estos fulanos son muy poco estéticos.
agradezco sus comentarios indulgentes... lo cierto es que tuve que morderme la lengua... el cuerpo me pedía un tono distinto...
en otro orden de cosas, para alucinar el manifiesto federalista que ha promovido El País... ¿Se han leído Félix de Azúa y Vargas llosa el papelote que les han puesto delante?
Gracias a usted, Tolerancio, por glosar cómo los peperos han puesto epílogo a la biografía-o mejor, hagiografía-del matarife.
No he leído ese manifiesto de Pravda, Azúa y Llosa no me inspiran ninguna confianza. Por prevención cultural, huyo de cualquier cosa que escriban.
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