Una ministra del Reino de España
que responde por Belarra, también conocida como La niña de la curva, ha defendido en el Congreso que la edad para votar
debe rebajarse a los 16 años. Sentencia la señora que hay que equiparar los
deberes y obligaciones de los jóvenes con sus derechos. Uno entiende la
intención de esta Belarra, que no es otra que buscar para la izquierda el voto
de los más jóvenes, o al menos de gran parte de aquéllos que todavía no han
alcanzado la mayoría de edad, fijada en los 18 años. Y no va desencaminada la
ministra en sus predicciones, especialmente si atendemos al bajísimo nivel
cultural de la inmensa mayoría de esos jóvenes, o a su grado de estulticia,
digno de estudio psiquiátrico. Añadamos que, caso de aprobarse la reforma,
vendrían una serie de promesas electorales-subsidios y martingalas
parecidas-que haría que esos potenciales votantes se decantasen, cómo no, por
la izquierda irresponsable.
Pero lo que no puede hacer la tal
Belarra es justificar la gansada con el argumento do ut des: equiparar los deberes y obligaciones de los jóvenes con
sus derechos. En este país, un menor de 18 años pocas obligaciones tiene más
allá de una responsabilidad penal que no es, visto el castigo contemplado en la
ley, para echarse a temblar. Civilmente, y salvo que esté emancipado, figura
legal con poco recorrido, no tiene obligación alguna: cualquier estropicio que
cause será cargado en el debe de los padres, que seguirán manteniendo al hijo por
mucho que vote cada vez que sea convocado al efecto. ¿Obligaciones laborales? Quia.
Pocos éramos y parió Belarra, la de la curva. Lo
malo de todo esto es que cuando reformas tan extravagantes son aprobadas no hay
gobierno nuevo que las derogue. Y eso lo sabe hasta Belarra, nini de reconocido prestigio.