Ayer, el Parlamento catalán, una
institución libre de toda sospechosa y carente de cualquier escrúpulo, decidió
cesar al director de la oficina antifraude de esa comunidad por las conversaciones
con el gafe Fernández Díaz. Estaba cantado, pero lo que no estaba tan cantado
era que Ciudadanos se aliase con todos los grupos parlamentarios, excepto el
grupo del gafe, para ejecutar ese cese. La cosa es tan novedosa que algunos
medios en la órbita nacionalistas resaltan la hazaña y muestran a Junqueras
aplaudiendo a un diputado de Ciudadanos tras su intervención. Con lo fácil y hermosa que hubiese resultado la abstención.
Decían que Ciudadanos era la nueva política, pero esto es viejo, muy
viejo: la historia de siempre, la de los acuerdos de los dos grandes partidos de ámbito nacional con los nacionalistas, una norma no escrita que es uno de los pilares de la martingala
del 78. Pero antes todas estas trapacerías se vendían mejor con la excusa de la
gobernabilidad del Estado, pero ya no tienen sentido ni justificación desde que
los nacionalistas se echaron al monte en pos de la secesión. No hay más: Ciudadanos
es viejo, y mucho, tanto como Giaruta agarrando una guitarra en plan viejo y progre cantautor para decirnos-oh, cielos-que el Mediterráneo va desde Algeciras a Estambul.