Justo cuando el gobierno de Artur Mas planeaba subir el límite de velocidad en autopistas y autovías a 130 Km por hora, llega Rubalcaba y dice que nones, que por exigencias de política internacional la cosa baja a 110. Cierto es que la propuesta catalana parecía ir más allá de sus propias competencias, pero también es notorio que por estos pagos la carta magna pinta más bien poco, y a su máximo intérprete, si es menester, se le monta una manifestación de un millón de fulanos.
Ahora que al amparo de las revueltas moriscas la intelligentsia más nacionalista entonaba un eufórico yes, we can por la vía pacífica y protestona, estudios sociológicos indican que menguan los catalanes partidarios de un estado propio, o lo que es lo mismo, que autonomistas, federalistas y españolazos suman cuatro o cinco millones. Mutatis mutandi, y ante una extravagante declaración de independencia desde el balcón de Sant Jaume, tendríamos una especie de 23-F: todos en casa esperando la llegada de una autoridad-militar o civil sería lo de menos-competente y contundente.
Por fortuna siempre habrá alguien que de forma más o menos desinteresada contribuya al mantenimiento de la ficción, así que el incombustible conde de Godó anuncia la aparición de una edición catalana del diario más conservador de Occidente, lo que sin duda confirmará lo evidente: que en su lengua materna Monzó y Rahola son tan vacuos como en la del invasor.