Por Tolerancio
Todo lo anterior se
me podría perdonar si, siendo catalán, fuera nacionalista. Pero tenía que ser
español. Qué caprichoso. Cierto que todos los catalanes lo son, españoles, pues
la española es su nacionalidad oficial, aunque no pocos renieguen de ella…
salvo los de un departamento vecino, al sur de Francia, a tiro de piedra de
donde me hallaba entonces, que, en buena lógica, son franceses.
Qué mala pata, no
pertenecer precisamente a ese reducido número de catalanes entre quienes no ha
lugar toda esta monserga identitaria y entre quienes viviría como un rey,
amparado en la Grandeur de la France.
Cierto que en parte
renunciaría al Greco, a Goya, a Velázquez, a Lope, Calderón o Quevedo, a
Cervantes, a pesar de su universalidad… pero haría míos a Delacroix, a Manet, a
Corneille, Racine o Molière, a Montaigne, a Descartes, Balzac, Stendhal o
Baudelaire, por abreviar el listado… lo que tampoco es una bagatela.
Pero, a la contra
por sistema, tenía que ser español, un botifler,
un mal catalán, un cipayo, un vendido, un colaboracionista de esos españolazos
degenerados étnica y culturalmente, esas bestias que arrasaron todo un
continente por afán de rapiña… zafios, ignorantes, garbanceros, pedorros, de
sobacos pestilentes, casi tanto como su aliento… -pues no en vano, Estrabón dixit, esos bárbaros se cepillaban los dientes
con sus propios orines-… que lo mismo se aparean con ovejas y cabras en los miserabilísimos
secarrales de La Meseta,
que enculan a sus propios hijos o a los del vecino. Tenía, y mira que me han
brindado oportunidades por docenas para redimirme de mis pecados abrazando la
fe verdadera de la obediencia nacional, que alinearme con esos expoliadores,
artistas del latrocinio, maestros de la extorsión, violadores y genocidas obsesionados
con la aniquilación de Cataluña y de los catalanes. Tenía, en suma, que rendir
pleitesía a nuestros más enconados enemigos, limpiando sus botas a lengüetazos,
servil, rastreramente, paladeando con fruición como si fuera divina ambrosía,
el más exquisito caldo bordelés, la poliúrica meada del invasor cruel e
inmisericorde.
Ahí no terminaba mi
extensa nómina de pecados. Destinado al mal desde la cuna, a la torpeza, a la
impudicia, tenía que cometer otro yerro monstruoso e infando, y desaproveché
una última oportunidad de congraciarme y reconciliarme con la opinión dominante
y desestimé hacerme hincha del Barça,
el club depositario de la quintaesencia del régimen nacionalista… cuando, a
mayor abundamienbto, incluso lo son los paquis,
los chinos y sudamericanos interesados en presentar a la sociedad de acogida el
aval de la integración. Pero, no, ni por esas, ahí me tenías tocando los
cojones como un zumbante y cansino moscardón. Voy y me hago aficionado del RCD
Español de Barcelona, club que, con su sola mención, provoca arcadas virulentas
a los juramentados de la patria. El club que, siendo sus fundadores catalanes
al cien por cien, al contrario que los del Barça,
y luciendo en su camiseta los colores de los temibles almogávares de la corona
de Aragón, que no las franjas azul y grana de un cantón suizo, despierta una
animadversión sin par en un porcentaje elevado de la población indígena. Y,
para cerrar plaza, soy, además, moderadamente taurino.
De la novela Zombis.cat, escrita por el amigo Tolerancio.
Si algún lector está interesado en esta divertida y delirante obra, puede contactar con Tolerancio a través de la dirección de correo que aparece en mi perfil blogger, yag.bcn26@gmail.com: será puesto en amigable relación con el autor, colaborador de esta Legión, quien gustosa y gratuitamente le remitirá un ejemplar de Zombis.cat en formato electrónico.