El gobierno pretende eliminar el concepto de
familia numerosa y sustituirlo por el de familia
con especial necesidad de apoyo a la crianza. Siempre fueron peligrosos los
rábulas, y más si merodean por los centros de poder, pero adornados con la
virtud del progresismo se convierten en un arma letal. Hace ya un tiempo que se
decidió suprimir el libro de familia, presumimos que por ser un vestigio del
franquismo. Ahora le llega el turno a otra figura emblemática, la familia
numerosa.
La regulación es farragosa, o de dudosa legalidad, pues el Consejo de Estado se posicionó en contra por diferentes motivos, y busca reconocer, según sus promotores, la gran diversidad de familias, o similares, pero lo más gracioso es la nueva denominación y esa crianza que evoca a granjas o cosas parecidas, otra muestra más de la distopía que vivimos. Lo extraño es que se mantenga el término familia, tal vez sea para despistar al personal hasta la próxima reforma, pues no debe olvidarse que los podemitas, promotores de la reforma, sostienen que los hijos no son de los padres sino del Estado. Eso sí, algunas comunidades autónomas han puesto el grito en el cielo, pero no por el fondo del asunto sino porque la norma, dicen, invade sus competencias. Acabáramos.