Hay algo obsceno en este gobierno que va más allá de su natural incompetencia para resolver los problemas y su querencia por mantener los privilegios de una casta, la suya propia, contra viento y marea, y ello no es otra cosa que una pasión desaforada por intervenir en la vida y hacienda de los ciudadanos como sólo los gobiernos socialistas pueden y saben hacer. Con un sistema educativo propio de un país a la deriva y sin futuro, esta banda no ha tenido idea más feliz que adoctrinar a los tiernos infantes con el cumplimiento escrupuloso en el pago de impuestos, tasas, arbitrios y otras mordidas estatales, autonómicas y municipales. Que un niño sepa lo hermoso que es exigir a un autónomo el adelanto de un impuesto no cobrado parece misión sagrada para un gobierno que oye la palabra libertad y sus derivados y carga su revólver.
Se hartaron de criticar la zapateresca educación para la ciudadanía, se inventaron otra cosa igual de chusca sobre los valores constitucionales, cuando la carta magna, por su vulneración constante, es ya historia bien lejana, y vienen ahora con otra vuelta de tuerca en la formación del espíritu borreguil, una añagaza amparada en el afán por impedir que nada se mueva, que todo permanezca inalterable. Tras esta brillante idea, y junto al morigerado Wert, sólo puede andar la vice Sáez, una pesadilla para cualquier adulto, un coco para cualquier niño. Y es que cuando Hayek dedicó Camino de servidumbre a los socialistas de todos los partidos, que no eran pocos, no conocía a esta popular banda.