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martes, 16 de abril de 2024

Indefensión

 


Un anciano, más de ochenta primaveras, es condenado por matar al ladrón que entró en su casa con intenciones nada claras, al menos eso se deduce de la motosierra que portaba el amigo de lo ajeno. Lo curioso del caso es que el veredicto de culpabilidad viene de un jurado popular, lo que vuelve a demostrar que el pueblo soberano tiene muy asumidas ciertas cosillas íntimamente ligadas a lo políticamente correcto.

Lo más gracioso, no obstante, es que el fiscal, en su alegato final, decía que el anciano no había defendido su vida sino su propiedad, de ahí el castigo que solicitaba, y que debería haber huido y dejar al ladrón maniobrar con tranquilidad. Y es que es de sobras conocido que en España la propiedad privada no tiene defensa legítima: ¿cómo la va a tener si la carta magna de la que emana el resto del ordenamiento jurídico no reconoce la propiedad privada como un derecho fundamental y asevera que tiene una función social? Al anciano le quedan los recursos pertinentes, y si no, magro consuelo, el indulto. Suerte para él.


miércoles, 3 de abril de 2024

La cancelación

 


Me cuenta el amigo Fuga que la escritora británica J.K. Rowling, creadora de Harry Potter, ha desafiado a la policía escocesa a cuenta de la ley recién aprobada por ese país para regular los mal llamados delitos de odio, y está dispuesta a ser detenida por manifestar libremente su opinión. Rowling ya se había posicionado contra las teorías queer, apéndice del pensamiento woke, refiriéndose a varias mujeres trans como hombres. La cosa puede inducir a la risa pero no tiene excesiva gracia si tenemos en cuenta que esa ley establece penas de hasta siete años de prisión por realizar manifestaciones de esta naturaleza, aunque la ofendida sea un gaitero con toda su barba o un fornido zaguero de rugby.

Rowling sufre el mismo castigo, la cultura de la cancelación, que el psicólogo clínico canadiense Jordan Peterson, al que el gobierno de Justin Trudeau pretende reeducar por no comulgar con el pensamiento políticamente correcto que triunfa en su país. Malos tiempos, en fin, para la lírica y el sentido común. Como ya anticipó hace muchos años Nicolás Gómez Dávila, el mundo moderno nos exige que aprobemos lo que ni siquiera debería atreverse a pedir que toleráramos. Habrá que ir pensando, como mero instinto de supervivencia, en ir cancelando toda esa modernidad.   


miércoles, 20 de marzo de 2024

La plusvalía

 


Ahora que la vicepresidenta Yolanda Díaz quiere recortar los horarios de la hostelería, el camarada Pablo Iglesias ha abierto una taberna, Garibaldi, en Madrid: dado el éxito de su partido, bien se puede decir que en el garito caben todos los militantes y sobra espacio. No parece que la taberna tenga precios populares, al menos si atendemos al precio de esa ensalada Garibaldi, máxime si comprobamos que en el mismo barrio hay menús, cuatro primeros y cuatro segundos platos, de 11 euros, que obviamente no son nada del otro mundo pero que es lo que hay cuando los trabajadores, currantes de verdad por los que Iglesias asaltaría el cielo, deben comer fuera de casa cada día.

También es muy probable que los parroquianos del negocio, como buenos cuadros dirigentes de la izquierda, tengan un poder adquisitivo elevado, que vengan todos de Galapagar, pero no deja de ser curioso, atendiendo al precio de la ensalada, que el camarada Iglesias abrace una de las grandes aberraciones del capitalismo, la plusvalía, cosechada siempre a costa del trabajador. Pero ya dijo nuestro flamante restaurador, oído cocina, que hacer política era cabalgar contradicciones, ahora a lomos de camareros y pinches.