José María Aznar no ha digerido
muy bien la aplastante victoria de Trump, disgusto que lo coloca en el mismo
bando de la izquierda patria y lo emparenta con sujetos tan abyectos como el
Chef José Andrés entre otros cenizos que llevan el mal fario español por
doquier. Algo pasa cuando el que intentó
un golpe de Estado es elegido presidente, sentencia José María. Dejando a
un lado ese alineamiento de la derechita española con la dictadura progresista
que devora a Occidente, lo primero que pasa es que a veces la gente vota-especialmente
en una democracia representativa como la americana-según su libre albedrío y no
siguiendo indicaciones de unas élites extractivas que tratan al votante como un
retrasado mental. Lo segundo que ocurre es que no está tan claro que Trump
intentase un golde de Estado, pese a que le habían robado las elecciones con nocturnidad
y alevosía.
En cualquier caso, de golpes de
esa naturaleza sabe mucho el muñidor de FAES, no en vano le dieron uno delante
de sus morros con la matanza del 11-M, y lo peor es que, según daba a entender él
mismo ante la pertinente comisión parlamentaria, tenía información sobre la
verdadera autoría del atentado. Pero prefirió callar y mirar para otro lado,
más o menos como el juez Gómez Bermúdez, quien tras redactar una sentencia
infumable sobre ese dramático episodio iba diciendo por ahí que España no
estaba preparada para saber la verdad sobre el caso. Serán estos silencios el
patriotismo constitucional que acuñó Aznar en sus años de gobierno mientras
reivindicaba-ahí es nada-la figura de Manuel Azaña, como Cuca Gamarra, otra mercancía
averiada de la misma tendencia, loaba hace cuatro días la figura de Kamala Harris.
En fin, con Ánsar, que ya
apuntaba maneras cuando sonreía en aquella fotografía de las Azores, se cumple
el principio de Hanlon: nunca atribuyas a la maldad lo que puede ser explicado
por la estupidez.