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jueves, 7 de diciembre de 2023

El padre Roca

 


Los fastos del aniversario de la Constitución nos dejaron algunas perlas dignas de mención, entre ellas un parlamento de Miquel Roca, uno de los padres del artefacto que tanto bienestar y gloria nos han dado a los españoles. Decía el catalán que cuando redactaban la carta magna tenía delante a Manuel Fraga, otro de los progenitores de la cosa. Y el padre Roca se preguntaba y éste cuando me va a detener. Pero que luego, continuaba el ponente,  se hicieron amigos y hasta lloró su muerte. Estas palabras avalan el faso relato que nos han vendido sobre la Constitución y aquel período llamado Transición que suponía un abrazo de reconciliación entre españoles, cuando toda persona con unos mínimos conocimientos de historia sabe que allí y entonces sólo se reconciliaron los enemigos de España, largamente enfrentados, con ellos mismos.

Para el padre Roca Fraga era la personalización del franquismo y estaba allí para aportar a la futura Constitución la parte alícuota del régimen anterior, pues el padre Roca se ha hartado de decir que aquello era un pacto, un gran pacto. Nada más lejos de la realidad: nada hay en la Constitución, ni siquiera a nivel sociológico, de aquel régimen nacido tras la guerra civil, y sí hay mucho de aquellas izquierdas y nacionalismos que perdieron la contienda, desde la función social del derecho a la propiedad privada hasta el reconocimiento de los derechos históricos de los territorios forales, por no insistir en que España-artículo primero-es ante todo un Estado social ante que democrático de Derecho.

Luego estamos ante un pacto extraño, un poco desequilibrado, y quizá por ello el padre Roca nos dice que al final hasta lloró la muerte de Fraga. De bien nacido es ser agradecido. Qué menos.


lunes, 27 de noviembre de 2023

Pedagogía para asesores políticos

 


Le he dicho a Sánchez que cuando el independentismo le abandone que no me busque. Pero le digo también que para luchar contra la violencia machista me encontrará siempre. Así de claro y contundente y luciendo un lacito morado se mostraba Feijoy en uno de esos actos en los que la militancia aplaude a rabiar cualquier chorrada que suelte el número uno.

Soslayando que Feijoy se centre en estas cosas con la que está cayendo, es llamativo que el líder del PP todavía no haya comprendido que el centro centrado muy moderado, y no digamos la derecha más tradicional, nunca arañará votos con la cuestión de la violencia machista, un coto privado de la izquierda que lidera el camarada Sánchez y sus socios más extremos. Sólo hay que ver el trato que reciben los populares cuando les da por aparecer en esas concentraciones, más bien aquelarres, que se organizan a cuenta de ese chiringuito multimillonario que es la mal llamada violencia de género, aunque el gallego quiera chupar rueda y hable de violencia machista. Las pocas luces de Feijoy sólo son superadas por la incompetencia y desinformación de sus asesores: para todos ellos, para que aprendan la lección y conozcan al enemigo, que no adversario, al que se enfrentan y de lo que de ahí se puede rascar en lo que a votos se refiere, les recomendamos Religión woke, el despertar del supremacismo identitario, de Enrique Rubio, un estudio muy detallado sobre la religión izquierdista y todos sus tentáculos feministas. Más de quinientas páginas que se leen de un delicioso tirón. Si a esos asesores les da pereza tanta lectura pedagógica, se la pueden repartir por capítulos y después hacer una puesta en común. Es cuestión de voluntad para evitar hacer el ridículo.  


martes, 21 de noviembre de 2023

Los jueces del pueblo

 


El flamante ministro de justicia, un tal Bolaños, afirma que bajo ningún concepto los jueces pueden elegir a los jueces, sino que esa elección debe caer en los políticos, y el tal Bolaños, como buen populista, identifica políticos con pueblo. Tampoco es ninguna novedad: antaño, cuando la Constitución arrancaba, eran los jueces, o una mayoría de ellos, los que elegían a los miembros del Consejo General del Poder Judicial, pero el felipismo cambió la norma y así estamos, con la justicia en las corruptas manos de los políticos. Ocurrió algo parecido con los generales en los años de la Transición: durante el franquismo se ascendía por el más riguroso escalafón, hasta que Suárez y Gutiérrez Mellado descubrieron que eso era mejor que lo decidiese el gobierno, para de esta forma tener en el desempeño del más alto mando a los generales más proclives al pasteleo.

Desconocemos si el nuevo ministro del ramo quiere ir más lejos y, ya puestos cambiar, también quiere liquidar el sistema de acceso a la judicatura, pues no en vano desde la izquierda se desprecia el sistema de la oposición pura y dura por considerar que ello favorece a los hijos de los más pudientes, que son los que pueden costear que el hijo se pase años y años enclaustrado en una habitación para sacar adelante la oposición y teniendo que pagar a unos preparadores que, como no podía ser de otra manera, también son jueces. Ignoran estos mostrencos que la mayoría de jueces que acceden a la carrera judicial por ese sistema, quizá imperfecto pero el más justo de los posibles, no son precisamente hijos de papá.

Quién sabe, igual el flamante Bolaños pretende pergeñar un nuevo sistema de selección de jueces que posibilite su elección directa por el pueblo. Y qué pueblo, se pregunta el vulgo. Pues el que indique el gobierno del pueblo. Al fin y al cabo, aquí no rige-nunca ha regido nada-ni la democracia representativa ni la separación de poderes. Cómo puede regir la separación de poderes si el gobierno-ejecutivo-está incrustado-banco azul-en la sede del legislativo. Pero eso el flamante Bolaños bien que lo sabe, que es ministro de presidencia, justicia y relaciones con las Cortes. Ahí es nada.