He tenido que esperar unos días para escribir estas pocas y amargas líneas en una bitácora que es de condenados, pues dicen y bien que malas consejeras son las prisas, tanto que únicamente se asocian a ellas rateros y malos toreros, y porque con sangre caliente solo se debe copular, poco más. A mi amigo V. lo han metido en la cárcel para cumplir una pena de poco más de un año. Su delito ha sido vender mercancías prohibidas; claro, que eso lo dice un ropón cualquiera que con nadie ha empatado a lo largo de su puñetera vida, y lo hace basándose en un catálogo tan arbitrario como ridículo, pues solo existe en la imaginación de una podrida fiscalía.
Quisieron dejarte sin puente pese a que no ibas a viajar en avión, hasta ahí llegaba la mala fe de su señoría, pero la orden llegó demasiado tarde, como fuera de plazo llegaban siempre, eso dice la leyenda, aquellos motoristas de Franco que portaban el sobre con el ansiado indulto. Fácil era huir, cómo no, y no te faltarían refugios donde tranquilamente esperar que escampara, pero eso equivaldría a aceptar una culpabilidad que ni siquiera la sentencia que te condenaba supo delimitar con claridad, ¡ni en dos instancias!, y que no va con tu conciencia ni tu alta cabeza. Conociendo tu entereza, amigo V., sé que el año y pico pasará rápido y que dada tu pasión por los clásicos, y en los momentos de flaqueza, seguro que echarás mano de la sentencia de aquel sabio de la antigüedad: si sufres injusticias, consuélate, porque la verdadera desgracia es cometerlas.