El Congreso, o su Mesa, o su Presidente, tanto da, no sancionará al batasuno Cuadra por romper la Constitución. Acabáramos: ¿se puede matar a un muerto? ¿se puede romper lo que ya está roto? ¿incumplir lo que nadie cumple? Ya puestos: ¿ofende quien quiere y no quien puede? ¿sigue existiendo esa obra legislativa? Parecen conductas atípicas, irrelevantes, máxime cuando ya todo el mundo hablar de reformar la que hay, o incluso, ya puestos, hacer una nueva en la que quepamos todos, una especie de surtido de ibéricos en el que todo hijo de vecino pueda picotear algo, llevarse a la boca un trocito de la rica variedad nacional. Es por ello que el díscolo diputado, navarro de adopción, solo será castigado con una regañina del tal Posada, algo que a buen seguro le traumatizará tanto que le llevará, en otra legislatura, a reivindicar una Navarra foral y española.
De lege ferenda y lanzados por la pendiente, sería aconsejable dotarse de una carta magna no escrita, al modo de algún que otro país serio y respetable, de esta forma el necio que quisiese mancillarla en la sede la soberanía plurinacional debería acudir al siempre simpático y pedagógico mundo de la mímica, acercando más, si cabe, la sede parlamentaria al entrañable mundo del circo. Pero mucho nos tememos que, abierto el melón constitucional, serán Miguel Roca y Herrero de Miñón, de los pocos padres que sobreviven al engendro, los que nos vuelvan a llevar por la senda del absurdo. Aunque esta vez, y por aquello de variar un poco, no tendrá el vulgo que ir a su refrendo.