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martes, 19 de enero de 2021

Pasar página

 


Pablo Casado se ha dado una vuelta por Barcelona-quizá todavía no sabe que las elecciones han sido aplazadas-y ha dicho que hay que pasar la página de la confrontación de bloques. Tal vez por eso, le ha faltado añadir, está metiendo en las listas catalanas a gentes que proceden del separatismo y que ahora han visto la luz y han decidido recuperar el norte, o sea, el centro de Casado y su partido.  Qué confrontación ni qué bloques, se pregunta uno intrigado, si aquí el separatismo no tiene rival. Cataluña, afirma Don Pablo, no es un problema para España, si bien ha preferido quedarse en el titular y no justificarlo con ejemplos históricos, así el respetable poco instruido puede creer a pies juntillas lo siguiente, que juntos todos en alegre comandita podemos reconducir la situación, que no el problema, pues ya sabemos que no hay tal problema. Tras este discurso, y antes de abandonar la ciudad de los prodigios, podría haber hecho como Aznar, fumarse un puro y decir aquello de vaya coñazo les he soltado.


jueves, 7 de enero de 2021

El asalto

 


En España se ha vivido con gran intensidad el asalto al Capitolio por parte de una masa enfurecida que no está muy conforme con la inminente proclamación del abuelo Biden y las irregularidaes del proceso electoral. La totalidad de los medios, con sus charos tertulianas montando guardia, clamaban por una intervención militar que provocase un baño de sangre, como si las vidas de los blancos no importasen. Más bella que la Victoria de Samotracia ha sido la preocupación de podemitas y asimilados por la salvación del sistema más capitalista del mundo, ellos que llamaban sin reparo a rodear el Congreso cuando todavía no pisaban moqueta. En fin, esto no ha hecho más que empezar, y promete. Dejo  una pieza escrita por Sertorio en El Manifiesto que bajo el título de We the People resume perfectamente lo sucedido y lo que probablemente sucederá.

WE THE PEOPLE

Hay dos Américas: la de Jefferson y la de Hamilton. Durante más de dos siglos han coexistido en difícil convivencia la América jeffersoniana de los granjeros independientes frente a la gran potencia continental e intervencionista de la oligarquía yanqui que defendía Hamilton. Por un lado, las clases medias; por otro, los millonarios. En la era de Reagan la plutocracia tomó un poder cada vez más absoluto, que se consolidó con Clinton y Obama. Las clases medias fueron progresivamente arruinadas y desposeídas del poder social y político. Para ello, la oligarquía empleó con mano maestra el discurso de las minorías, igualitarista, emotivista, puritano, cosmopolita e hipócrita. El proyecto de las clases altas, que ya no son americanas sino globales, se tradujo en la deslocalización del antaño potente tejido industrial yanqui, en el declive intencionado de la clase media blanca, con el consiguiente designio de aculturación del elemento europeo diseñado por las universidades de la Ivy League y que hemos visto durante los últimos años plasmado de forma espectacular en los asaltos vandálicos a la memoria histórica del pueblo americano, desde Washington y Jackson hasta los héroes de la Confederación; asaltos aplaudidos y fomentados por los académicos.

El proyecto de las élites mundialistas es aniquilar la conciencia nacional y cultural de los pueblos europeos a uno y otro lado del Atlántico, extinguirlos gradualmente mediante la erosión de las instituciones básicas para la continuidad social: la familia, la propiedad y la nación. Como los senadores romanos de antaño, el fin de esta oligarquía mundialista es la sustitución de los pueblos y sus identidades por una masa servil, apátrida, multicultural y mudable, que no sienta el concepto de arraigo ni el de tradición: una masa laboral que trabaje y consuma, dependiente de la ayuda del Estado, sin espíritu, formada por átomos sin Dios, familia ni patria, para la que sólo hay pan y circo.

Trump fue la inesperada respuesta de esa América nacional a la plutocracia de los Gates, Zuckerberg, Soros y compañía. Durante cuatro años ha paralizado los planes de la élite y le ha devuelto al pueblo americano parte de lo que en las administraciones anteriores les arrebató la élite mundialista. Esto no podía seguir así: el fraude electoral perpetrado por los plutócratas para colocar a su hombre de paja en la Casa Blanca es una muestra de hasta donde estaban dispuestos a llegar los millonarios en su intento de recuperar el poder…

Y cuando parecía que todo estaba dispuesto para culminar el asalto a la Casa Blanca, el pueblo americano se ha manifestado como nunca lo ha hecho: una mayoría abrumadora tomó Washington para acabar con la dictadura de las minorías y de los financieros, que no otra cosa son las “democracias” modernas. Han asaltado el Capitolio, del que los oligarcas han huido por los sótanos, igual que ratas, y han demostrado con quién está el pueblo, ese que encabeza la Constitución con su famoso We the People, de nuevo alzado contra los tiranos de nuestro tiempo: los multimillonarios sin Patria y sin Dios.

Esta vez no han sido los niñatos universitarios de Black Lives Matter o la escoria antifa, a quienes la élite arma y publicita. No, esta vez han sido un millón americanos de a pie, la mayoría, no las privilegiadas minorías, quienes han tomado la calle en una marea impresionante.

La América de Jefferson que se niega a ser asesinada por una plutocracia corrupta.

Escribo mientras se asalta el Capitolio, la Bastilla del Nuevo Orden Mundial, el Palacio de Invierno de los Soros y compañía. No sabemos qué pasará mañana, pero algo anuncia el fin del despotismo de las minorías y del gran capital apátrida. No es hora de dar marcha atrás. La Revolución de la Gente Normal no debe retroceder porque la venganza de la oligarquía mundial será implacable. O vencen las clases medias o vencen los millonarios. No habrá cuartel.

Marx se equivocaba: los proletarios sí tienen patria. Quienes carecen de ella son los muy ricos.