Yo te quito la nieve y tú, prietas las filas, juras bandera. Si la continuidad de España como nación ya no depende de valores como el afecto y la historia común, que todo se articule y regule mediante un contrato puro y duro.
martes, 30 de marzo de 2010
viernes, 26 de marzo de 2010
Licenciado
Dicen que el condenado Roldán se ha licenciado: nada que objetar, y además será de justicia. Si es cierto que la función de las penas es la reinserción del delincuente, voluntarismos y escepticismos al margen, hasta se puede sentir una cierta alegría con su puesta en libertad, pues se han saldado cuentas y no se vislumbra la más mínima posibilidad de que este hombre se meta a atracar ancianas a punta de navaja. Sobre el dinero robado y no recuperado, poco nos importa a muchos, pues de aparecer el botín, formado en su mayor parte por comisiones arrancadas a grandes constructoras, no sólo no íbamos a recibir un euro, sino que esa pasta, como cualquier pieza que se cobra el estado en su insaciable rapiña, acabaría despilfarrada en cualquier zarandaja presuntamente social. Pero es ahora, viendo a este tipo envejecido y afeitado salir con la blanca y un sencillo petate, cuando se aprecia el paso vertiginoso del tiempo y se cae en las garras de la melancolía, de ese estúpido parece que fue ayer que de manera inconsciente obliga a pasar balance, a emitir un rápido diagnóstico que no resulta nada halagüeño: se ha terminado una época que dio mucho juego y que provocó muchas risas, que generó tremendos escándalos y grotescos episodios-qué peliculón la entrega de Roldán-y que parió personajes difícilmente superables. Y es que en algo sí hemos salido perdiendo los españoles con el vuelo de los años y la cosa socialista: este algarrobo juerguista, vividor y putero resulta harto entrañable si se le compara con bibianas, chaconas, pajinas y demás jetas avinagradas con las que hemos tenido la desgracia de iniciar un nuevo siglo. Y es que al final, se quiera o no, se impone el tópico de que cualquier tiempo pasado fue mejor, aunque fuere por las risas.
martes, 23 de marzo de 2010
Triple
Hace ya unos años, y por motivos profesionales, conocí a un chorizo, uno de los auténticos, y con él pude tratar más profundamente que con otros personajes de su gremio; su historia era la clásica, la del que ya apunta maneras desde crío para convertirse en un verdadero amigo de lo ajeno, aunque en su defensa retrospectiva debo decir que que lo suyo era robar con fuerza, sin intimidar o violentar a las personas. Era un tipo gracioso y locuaz, tan simpático como cínico, que entre cerveza y cerveza se vanagloriaba de las innumerables ocasiones en las que había sido detenido sin que hasta ese momento hubiese pisado una cárcel: lo mío, si fracaso, y te aseguro que llevo un buen promedio de éxito, es una noche de calabozo, juzgado y a mi casa. Se reía tanto y tan feliz se mostraba con su relato que no era cuestión de amargarle la existencia con la triste afirmación de que su suerte era la desgracia de la justicia, una cosa tan abstracta y extraña como torpe y lenta, y que algún día todo bajaría, así que seguimos con las cervezas y hablando de fútbol. Mucho tiempo después, cuando ya lo tenía olvidado, me llamó por teléfono desde una prisión y me dijo que sí, que ya había bajado todo, que era mucho, y que le tramitase una refundición de sus condenas para así lograr que el límite máximo de su estancia en prisión fuese el triple de la pena mayor impuesta: me contaba que había echado sus cuentas entre paseos y talleres, fácil era, y que así cumpliría un máximo de seis o siete años, una ridiculez si se sumaban todas sus fechorías. Humanitarismo penal y penitenciario.
Si observo las caras que Otegi ofrece cada vez que ocupa el banquillo, tan sonriente mientras bajan diferentes condenas, suplicando ahora una puesta en libertad por motivos espurios, me acuerdo de aquel tipo, el de la triple, que ahora se gana la vida con una furgoneta, y no porque este valiente gudari termine acogiéndose a un beneficio penal que quizá no le interese, o no sea procedente, ni mucho menos necesario si acaba entrando como moneda de cambio en otro pasteleo negociador que ya asoma en el horizonte, sino porque en su peculiar trayectoria, tremendamente impune hasta hace bien poco, he visto reflejadas las andanzas de aquel maleante que tanto se reía tras abandonar el juzgado de guardia y pagar las cervezas, cuando todo estaba por bajar. La diferencia, y no es baladí, reside en que los crímenes de uno y otro son totalmente diferentes y que mi viejo cliente nunca fue un hombre de paz: tan sólo dio un poco de guerra, la justa.
sábado, 20 de marzo de 2010
Resistencia
Aprovechen los que puedan o los que así lo quieran, y ya sean de aquí o de allá, pues la última palabra sobre la Fiesta-cosas de la soberanía popular-ha quedado en manos de la peor gentuza, la misma que te imponen cada cuatro años, a veces menos. Quizá sea el último año, la última temporada. A resistir como acto de honor.
jueves, 18 de marzo de 2010
Lectores
Dice el premiado Bermúdez-vaya corbata-que poca gente ha leído la sentencia del 11-M. En este país, y salvo la sombra del viento, el milenio Larsson y los chistes de Forges, se lee poco, Gómez Bermúdez. Me considero, y sin modestia alguna, entre los elegidos, pues no sólo he leído la sentencia, sino que en un alarde de laboriosidad e ingenuidad hasta llegué a escribir un ensayo al respecto que jamás fue publicado, conformándome con las palmaditas a la espalda de los viejos y sinceros amigos. Pero tiene razón Bermúdez: quizá ni sus compañeros de tribunal la leyeron, limitándose a echar la firma correspondiente, práctica esta bastante habitual-salvo el díscolo que tiene ganas de trabajar y emite un voto particular- en órganos colegiados. Disfrute el premio, señoría, que está bien dotado.
martes, 16 de marzo de 2010
Cultura
Cuando un progre podrido de dinero afirma que si ve a un mantero llama a los maderos....
Cuando un guarro vomita que un preso político, muerto a manos de la peor ideología, es un delincuente común....
Cuando la banda de la ceja cultural pide el voto para el necio iluminado....
Cuando la escoria del cine exige más y más dinero para perpetrar sus bodrios....
Cuando los chorizos que lidera el de Los Canarios exigen más y más asquerosas disposiciones legales para seguir con su latrocinio....
Cuando pastueños titiriteros reclaman un cordón sanitario mientras defienden a un juez corrupto y prevaricador....
Cuando oigo pronunciar la palabra cultura, cargo mi revólver.
sábado, 13 de marzo de 2010
Los honrados mercenarios
A mi amigo José Antonio F-A,
conocedor del personaje.
Confieso ser un incondicional de Arturo Pérez Reverte y lo saco a relucir siempre que puedo, recomendando su lectura a los amigos y ocultándola a los enemigos, y admiro sus buenas dosis de bilis, su tremenda mala hostia y esa lengua afilada al más puro estilo de Quevedo, aunque también debo reconocer que soy más seguidor del Reverte periodista, reportero-impagable aquel ya viejo Territorio comanche- y articulista, que no es poco, que del novelista superventas. Acaba de publicarse la cuarta entrega de sus artículos entre los años 2.005 y 2.009, los mismos que leo puntualmente cada semana pero que me gusta tener juntos y compactos, muy a mano para repasar ciertas cosas que siempre están de actualidad, o que nunca pasan de moda. Como bien dice en el prólogo José Luis Martín Nogales, Pérez Reverte es una voz y una mirada, pero yo añado que es una voz y una mirada que a nadie deja indiferente, que no tiene término medio porque siempre evita la equidistancia, generando irritación o admiración, así lo busca y a fe que lo consigue. Sus casi doscientos artículos son un repaso a lo más candente, qué menos en un periodista que escribe su columna con puntualidad, pero a la vez son algo más profundo: memoria, evocación, melancolía, aunque también se encuentra en ellos una envidiable vitalidad y una buena adaptación a unos tiempos manifiestamente mejorables que, a la fuerza ahorcan, se han de vivir y contar con la suficiente maldad.
El título de esta recopilación, Cuando éramos honrados mercenarios, es sintomático de la impotencia ante lo irremediable, de esa nostalgia de un tiempo que no volverá, de un periodismo que ya no se lleva...ahora, el salario del miedo incluye succionar ciruelos con siglas e insultar a los colegas como si la independencia personal fuera incompatible con el oficio. Reparte estopa a diestro y siniestro: al ladrillazo y sus nuevos ricos, al desmadre educativo, al ecologismo idiota-Reciclaje, ayuntamientos y ratas de basurero-, a la alianza de civilizaciones-Picoletos sin Fronteras-, a la estúpida, rencorosa y gubernamental memoria histórica, o histérica, a la porquería nacionalista y sus desmanes lingüísticos, a los políticos que desgobiernan y mangonean y a esa pérdida de principios y valores-amistad, honor, orgullo-que ya por desgracia corroe cualquier orden de la vida. Pero también hay alabanzas a lo que no perece, a la historia y la cultura, a los clásicos y los grandes escritores, y algo de espacio a lo más prosaico, lo más cotidiano, como son los guiños al veterano periodista que marca el camino que debe seguir el novato, al currante que madruga y come en un bar de carretera y al librero de toda la vida que hasta su muerte estuvo surtiendo de libros al autor. Hay momentos, artículos que se releen con satisfacción, francamente divertidos, como Insultando, que es gerundio, donde se cuenta con amargura lo difícil que hoy se ha puesto insultar con los términos de toda la vida-retrasado mental, subnormal, maricón o soplagiatas- sin que alguien se queje u ofenda y además-para esto sí hemos aprendido los españoles-lo haga por escrito, víctima de la corrección que todo lo invade y subnormaliza.
Como bien dice Reverte, a modo de diagnóstico de la enfermedad, el problema somos nosotros: la vieja, triste y ruin España. ¿El remedio? Como deja caer el autor a lo largo de un buen puñado de páginas, no lo haya, quizá no se merezca.
El título de esta recopilación, Cuando éramos honrados mercenarios, es sintomático de la impotencia ante lo irremediable, de esa nostalgia de un tiempo que no volverá, de un periodismo que ya no se lleva...ahora, el salario del miedo incluye succionar ciruelos con siglas e insultar a los colegas como si la independencia personal fuera incompatible con el oficio. Reparte estopa a diestro y siniestro: al ladrillazo y sus nuevos ricos, al desmadre educativo, al ecologismo idiota-Reciclaje, ayuntamientos y ratas de basurero-, a la alianza de civilizaciones-Picoletos sin Fronteras-, a la estúpida, rencorosa y gubernamental memoria histórica, o histérica, a la porquería nacionalista y sus desmanes lingüísticos, a los políticos que desgobiernan y mangonean y a esa pérdida de principios y valores-amistad, honor, orgullo-que ya por desgracia corroe cualquier orden de la vida. Pero también hay alabanzas a lo que no perece, a la historia y la cultura, a los clásicos y los grandes escritores, y algo de espacio a lo más prosaico, lo más cotidiano, como son los guiños al veterano periodista que marca el camino que debe seguir el novato, al currante que madruga y come en un bar de carretera y al librero de toda la vida que hasta su muerte estuvo surtiendo de libros al autor. Hay momentos, artículos que se releen con satisfacción, francamente divertidos, como Insultando, que es gerundio, donde se cuenta con amargura lo difícil que hoy se ha puesto insultar con los términos de toda la vida-retrasado mental, subnormal, maricón o soplagiatas- sin que alguien se queje u ofenda y además-para esto sí hemos aprendido los españoles-lo haga por escrito, víctima de la corrección que todo lo invade y subnormaliza.
Como bien dice Reverte, a modo de diagnóstico de la enfermedad, el problema somos nosotros: la vieja, triste y ruin España. ¿El remedio? Como deja caer el autor a lo largo de un buen puñado de páginas, no lo haya, quizá no se merezca.
miércoles, 10 de marzo de 2010
Crónicas de la caridad
En más de una ocasión, y desde que estalló esta crisis que tanto ha tardado en reconecerse, han saltado a los medios de comunicación noticias y reportajes sobre el aumento considerable del número de personas necesitadas, y no siempre indigentes, que se ven en la obligación de acudir a los albergues y comedores de algunas instituciones-Cáritas la más destacada- de auxilio social y beneficencia, sembrando la amenaza del desbordamiento y el colapso. A este ritmo en la demanda, y si el azar no lo remedia, pronto veremos a monjas, frailes y otros benefactores sociales escribiendo al pie del cañón una suerte de crónicas de la caridad, un duro y crudo relato del final de una época, del inicio de una depresión que ya se venía cantando, y esperamos, pues pedir en estos tiempos no cuesta nada, que lo hagan con la buena escritura de Joseph Roth en sus Crónicas Berlinesas, donde transcribe, capítulo Con los indigentes, el documento que debía firmar todo aquel que acudiese al albergue para indigentes, necesitados y otros hambrientos que había en la Fröbelstrasse, una previsión legal contra el hacinamiento, un reparto de la pobreza.
La declaración
Expediente nº...P.B.
Causa vista en Berlín, el día...de 1.920.
El señor....ha sido requerido a procurarse otra residencia en el plazo de cinco días, en cuyo caso contrario, y sin que pueda alegar que no ha sido capaz pese a todos los esfuerzos realizados por su parte, se le impondrá una pena por la no provisión de residencia. Asimismo se le ha indicado explícitamente que, según el apartado 361 del Código Penal del Reich alemán, esta pena consiste en hasta seis semanas de arresto, y que, según el apartado 362 del mismo libro, podría ser puesto a disposición de las autoridades policiales al efecto de su ingreso en un correccional.
Leído y conforme.
Firma del indigente y afectado.
Firma del policía judicial.
domingo, 7 de marzo de 2010
Genio
He aquí un genio: Wagensberg, Jorge. Según los medios, y no se duda porque no hay tiempo para indagaciones ni verificaciones, reputado doctor en física, director de una museo científico de la Caixa-aunque parezca mentira dicha institución política también invierte en obra social- y Creu de Sant Jordi, poca cosa esta desde que se la dieron a Félix Millet. Blandiendo un estoque y pontificando ante los padres de la patria catalana en favor de la abolición de la Fiesta, pregunta el genio: ¿esto no duele?. Hombre, Jorge, Cruz de ídem, se presume que sí duele, como presumimos que también duelen los pitones del toro en las carnes del torero, aunque ya puestos en manos de la ciencia y la experiencia tampoco consta que sus señorías hayan sido estoqueadas en alguna ocasión-bien les iría, qué espectáculo-para que asientan sin más ante una pregunta tan estúpida como retórica. La subalterna que a Jorge acompaña, escritora la llaman en su plaza, no interviene por no ser necesario. Quizá se esperaban mayores argumentos y mejores artes de un reputado científico, gran cruz del mérito catalán y hombre solvente y preocupado por los inalienables derechos de los animales, de ahí que el diestro abandonara la plaza ante el silencio del respetable.
jueves, 4 de marzo de 2010
El hundimiento
Si observan detenidamente la cara de Pepiño Blanco, tan expresivo para lo bueno y lo malo, tan locuaz pese a lo limitado de sus concetos, verán a un hombre serio, contrariado y asqueado, a punto de estallar, y también verán a un hombre que se asemeja mucho al führer del hundimiento, un tipo encerrado en su búnker que espera la lectura de los nefastos partes de guerra por parte de pusilánimes generales, tristes comunicaciones que decían lo mismo que con sarcástico humor y ya sin ningún miedo manifestaba el pueblo de Berlín, que de una a otra línea del frente se podía ir en tranvía. Pero al margen de esa triste lectura, o quizá como consecuencia de ella, el führer espera el último y final sacrificio, el que otorga el pase al valhalla de los necios: que todos y todas, amigos y enemigos sin distinción de clase alguna, le acompañen en el hundimiento, porque en ello han empeñado sus vidas, porque esto lo vamos a hundir entre todos, fijo.
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