Ahora que la vicepresidenta
Yolanda Díaz quiere recortar los horarios de la hostelería, el camarada Pablo
Iglesias ha abierto una taberna, Garibaldi, en Madrid: dado el éxito de su
partido, bien se puede decir que en el garito caben todos los militantes y sobra
espacio. No parece que la taberna tenga precios populares, al menos si
atendemos al precio de esa ensalada Garibaldi, máxime si comprobamos que en el
mismo barrio hay menús, cuatro primeros y cuatro segundos platos, de 11 euros,
que obviamente no son nada del otro mundo pero que es lo que hay cuando los
trabajadores, currantes de verdad por los que Iglesias asaltaría el cielo,
deben comer fuera de casa cada día.
También es muy probable que los
parroquianos del negocio, como buenos cuadros dirigentes de la izquierda, tengan
un poder adquisitivo elevado, que vengan todos de Galapagar, pero no deja de
ser curioso, atendiendo al precio de la ensalada, que el camarada Iglesias
abrace una de las grandes aberraciones del capitalismo, la plusvalía, cosechada
siempre a costa del trabajador. Pero ya dijo nuestro flamante restaurador, oído
cocina, que hacer política era cabalgar contradicciones, ahora a lomos de camareros
y pinches.