Sabíamos que el ejecutivo capitaneado por Gallardón-Mariano, como buen registrador, sólo está para echar la firma y recoger el sobre a final de mes-tenía una cierta querencia por la gracia, a veces gracieta, del indulto, así que era fácil barruntar que, una vez cosechadas bastantes críticas por el uso poco afortunado de tal herramienta jurídica, algún solicitante tan bienintencionado como desgraciado acabaría pagando los platos rotos a la hora de reclamar ese qué hay de lo mío que siempre aflora en base a precedentes más o menos similares.
El juez Ferrín Calamita fue apartado de la carrera judicial por haber entorpecido el proceso de adopción de una menor por una lesbiana que era la compañera sentimental de la madre biológica: cómo no va a ser laborioso, que entorpecer es otra cosa más maliciosa, lo que ya es un bastante enrevesado desde el planteamiento inicial. El caso, por ir al grano, es que un grupo de abogados solicitó el indulto para el citado juez con el resultado que era de esperar: denegado, no ha lugar. Y es que una cosa es indultar a un conductor suicida que se lleva por delante la vida de un pobre hombre que por allí pasa y otra indultar al que pregunta-digo yo, pues desconozco los pormenores del asunto-a una pareja de lesbianas quién hará de papá y quién de mamá en la adopción que se pretende, o quién muerde la almohada cuando se baja a la arena.
En la sentencia que condenaba al juez Ferrín Calamita se indicaba que en su actuación había concurrido, ahí es nada, la muy nefanda agravante de desprecio por la orientación sexual del personal: en la negativa de Gallardón a conceder el indulto a dicho juez, quizá por haberse peticionado la gracia cuando el respetable ya se había soliviantado con tanta generosidad en casos que no la merecían, ha brillado un castizo maricón el último, o el muy insolidario que te den.