El ministro británico para los asuntos escoceses dijo recientemente que una hipotética secesión catalana debería ser votada por todos los españoles y no sólo por los españoles-que sientan como tales es otra cuestión-residentes en Cataluña. Es una opinión interesante de alguien que afrontará en breve un plebiscito de esta naturaleza, pero me quedo con su cargo, quizá porque siempre he pensado que algo se puede aprender de los británicos: así, y dado lo irresoluble del problema catalán, como bien certificó Oretga, y para bien conllevarlo, que es el objetivo, debería existir en España un ministerio para los asuntos catalanes. Serviría, entre otras cosas, para que cualquier iniciativa, decisión, opinión, etc, se canalizase a través del mismo sujeto, evitándose de esta forma el ridículo constante que tiene soportar el contribuyente cuando cualquier ministro salta a la arena para aportar su granito de arena en este disparate.
Bien es cierto que, dada la natural torpeza nacional en cuestiones complicadas, un ministerio para los asuntos catalanes no sería garantía de éxito en la batalla contra los nacionalistas, pero siempre habría una voz autorizada, al menos en teoría, a la hora de emitir el parecer del gobierno, con lo que el ciudadano sabría que opina al respecto el presidente sin necesidad de que este se moje más allá de lo razonable dentro de su dontancredismo natural. Imaginen el ahorro en sal de fruta al no tener que escuchar al ministro del Interior glosar las bondades de la inmersión lingüística, o al de Economía decir que los catalanes nos sacarán de la crisis, o al de Exteriores afirmar que la Diada ha sido un éxito y que hay que reflexionar. Ese silencio, dejando que trabaje a destajo el ministro para asuntos catalanes, debería extenderse a cargos activos o retirados del partido en el gobierno, como la estólida Sánchez Camacho o esa Gracita Morales rediviva que es Esperanza Aguirre.
Ya puestos, y partiendo de la base irrenunciable de que el ministro para asuntos catalanes debe tener claro dónde reside la soberanía nacional, soñemos despiertos, que no cuesta nada, y apostemos porque sea un tipo del talante y estilo del reverendo Ian Paisley.