Trans

 

Me manda un correo el amigo Tolerancio y me dice que tenemos que vernos un día de estos, pero que para entonces igual se llama Javiera, o Felisa: creo que igualmente lo reconocería, pero quién se sabe qué atributos lucirá en ese momento. Vivimos tiempos convulsos y de la mano de esa convulsión nos llega la Ley Trans de la ministra Montere, que entre otras cosas permitirá que los menores de edad puedan cambiar de nombre y de sexo en el Registro Civil como el que cambia de chaqueta o de corte de pelo y sin autorización de los antaño padres y hoy progenitores A y B. Esos mismos menores que no pueden comprar alcohol o tabaco, vicios perniciosos que alienan al individuo, podrán hacer trabajar a un funcionario en base a un capricho o un cabreo.

Las consecuencias de este delirio en todos los ámbitos pueden ser tremendas; así, una nueva mujer podrá ir al gimnasio y compartir vestuario con mujeres de toda la vida. ¿Podrán esas mujeres negarse a despelotarse ante el/la/le/lo intruso/a/e? No lo parece, pero habrá que ver qué cuentan la ley sus reglamentos. ¿Podrá pronunciarse en contra de esa modernidad el dueño del gimnasio? Atenta la guardia con un posible delito de odio, que la policía sí está para estas gaitas. Se vienen tiempos de gloria a nivel mundial, que tampoco innovamos tanto: a la vuelta de la esquina están las olimpiadas con atletas trans en la categoría femenina. Y por aquí preocupados con el amigo Orbán, el rebelde húngaro. O tempora, o mores.

Gracia y justicia

 

Arrecia la polémica sobre los indultos a los rebeldes, o sediciosos, catalanes; ahora la cuestión se centra en si el Rey debe firmar o no esos indultos, lo que en el fondo supone una traslación de la responsabilidad hacia el eslabón más débil de la cadena, porque no nos engañemos, pese al contundente discurso del monarca el 3 de octubre de 2017, la figura real es más decorativa que otra cosa: para mejorar ese papel anecdótico, más valdría ir buscando  una república presidencialista al estilo francés o americano.

El problema es de fondo, como todo lo que sucede en este Estado de Partidos, donde la soberanía nacional es suplantada por un falso consenso que arranca de la noche de los tiempos, cuando nos vendían aquello de que íbamos de la ley a la ley, pero que en verdad íbamos de la ley más estricta a la ley más tramposa. Así, con trampas, añagazas y marchenadas nos venden la sustitución de la legalidad por una falsa convivencia en la que ya se están ciscando los beneficiados por el indulto. Prerrogativa esta del indulto que no deja de tener su gracia, o redundancia decimonónica, la del ministerio de gracia y justicia de aquellos liberales de Cádiz. Poco hemos avanzado pese a tanto consenso.

En el Muro

 

El próximo 9 de junio sale a la venta En el Muro de Berlín, escrito por el amigo Sergio Campos Cacho, obra que narra el proceso de construcción del tristemente célebre Muro de una ciudad que, como reza el subtítulo, fue literalmente secuestrada, y también dividida. No se lo pierdan, valdrá la pena.

A oscuras

 

Discurre y languidece España entre el recibo de la luz-pongan ustedes lavadoras de madrugada y jodan al vecino que se levanta a las seis-y los indultos inminentes a los golpistas catalanes, acto de justicia y concordia según Iceta, quien también nos dice sin despeinarse que ¡Tejero fue indultado! para grandeza del Consenso. Y es que el Consenso, ése que hasta aquí nos ha traído y que consiste en amagar pero no dar, volverá a brillar con luz propia en estas dos cuestiones tan delicadas: la gente seguirá callando y pagando una factura de luz astronómica y nadie se echará a la calle contra los indultos del prusés una vez otorgados, y eso que una plataforma llamada Unión 78 llama a tomar la Plaza de Colón contra dicha medida de gracia. Unión 78, acabáramos: ese nombre lo dice todo y de él nada se espera. El último que apague la luz, eso mismo le dijeron a Tejero cuando lo dejaron tirado en el célebre autogolpe.