Decíamos ayer que en el Ostfront la realidad siempre supera a la ficción, siendo así que el surrealismo forma parte del paisaje con una naturalidad espantosa. Tiempo atrás causó estupor que la alcaldesa Colau-la misma de Galerías Colau en el metro de Barcelona-contemplase la posibilidad de reconocer a los manteros y su atípica actividad, que estos mercaderes se asociasen en una especie de sindicato que sería reconocido por el consistorio y, ya puestos, negociar con ellos las condiciones de su negocio. Era todo un chiste que demostraba que el humor catalán tiene merecida fama y que poco a poco se va adaptando a la nueva realidad social.
Pero en Cataluña el listón de las gracietas es superado una y otra vez en un alarde constante por ver quién la dice más gorda, soslayando la máxima de Tarradellas de que en política se puede hacer de todo menos el ridículo. La última es de Junqueras, hombre fuerte en el área económica del nuevo gobierno, que propone al Estado una independencia negociada a cambio de asumir los catalanes el 11% de la deuda pública española. Sin entrar a valorar ese porcentaje concreto como moneda de cambio en el viaje a Ítaca, supina es la ignorancia de Oriol: ¡como si al gobierno de España le importase la deuda pública!