Por Tolerancio
Tolerancio, en cumplimiento de la normativa vigente que obliga a los cónyuges a compartir el 50% de las tareas domésticas, procede a mediodía, minuto arriba minuto abajo, a tender la ropa. Abre la ventana que da a un patio de vecinos amplio, irregular, prueba del urbanismo caótico, fractal, de esa zona de Pueblo Seco.
Desde su ventana, en ángulo, se divisa un centro escolar situado en la calle Tamarit nº 78, entre calle Lérida y Paralelo. Dicho centro se llama, según se lee en un letrero de colorines instalado en la fachada, Escola d’Educació infantil Jesús i Maria. Hasta Tolerancio, asomado a la ventana, llega el bullicio de los peques correteando por el patio. No les presta atención.
Pero en esas que una monitora larga un estruendoso alarido: ¡Pau!... Al punto intuye Tolerancio que algún mocoso la ha liado parda y que la monitora o bien reclama paz o bien pretende amonestar a Pau (Pablo).
Tolerancio ve a un renacuajo de 5 o 6 años atravesando como una centella la porción de patio de la escuela que no tapan los edificios colindantes. Apenas un par de segundos más tarde una monitora sigue la fulgurante estela del galopín, con una carrera torpe y trotona, profiriendo con desesperación el mismo alarido: ¡Pauuuuuu!
Tolerancio deduce, con toda la cautela que impone la distancia, un centenar de metros, que la vociferante monitora no es una chica joven sino una educadora veterana, uniformada con su bata blanca.
El grito siguiente da una pista del motivo de ese pintoresco cuadro escénico y de la enormidad de la travesura perpetrada por esa insolente bestezuela.
-Pau… Fes el favor de no parlar-me en castellà! (¡Pau, no me hables en castellano!)
Acabáramos. Ya conocemos el por qué de esas carreras, de esa alocada persecución por el patio. Ese minúsculo vándalo, ese aprendiz de gamberro, no pudo maquinar nada peor. No ahorcó a un gato, no… ni disparó granitos de arroz contra nucas ajenas soplando el tubo de un bolígrafo Bic a modo de cerbatana. A ese pendejo de Pau no se le ocurrió trastada más abominable que hablarle en castellano a la monitora… comprensiblemente disgustada, pobre mujer.
Aunque el de Pau es un nombre en catalán, no sabemos si su lengua materna es el catalán o el español, pues no son pocos los catalanes castellanohablantes que han asumido que deben poner nombres en catalán a sus hijos para integrarlos más fácilmente en el ámbito educativo y en el sistema, por así decir, para no ser señalados como charnegos apestosos.
En todo caso sabemos que Pau se maneja en ambos idiomas… pero el muy pillo sospecha que hablarle en castellano a la monitora, la saca de sus casillas. Monitora o profesora o lo que quiera que sea esa especie de bruja con bata que actúa como celadora lingüística en el patio, de grado o a la fuerza, pero lo hace y con eso basta. Si la monitora-bruja larga irritada un fes el favor, denota que el chico ya lo ha hecho con anterioridad. Pau es un micro-criminal lingüístico reincidente.
Tolerancio simpatizó al instante con ese forajido, con ese outsider de parvulario… ¡Corre, corre Pau, que no te atrape nunca esa bruja mala… corre, chico, corre… corre hacia la libertad!
Pau sabe que en el cole no debe hablar ese idioma. Que dentro del aula no hay palabras en castellano para designar colores, no hay palabras para decir ardilla, nube o arco iris, o para los números que ya ha aprendido a contar con los dedos. Porque hablar ese idioma está feo, es caca. No sabemos si esa lengua es la suya propia… (como el catalán es la lengua propia o materna delsonderkommando Montilla según afirma el interfecto en todas sus alocuciones)… en la que piensa, en la que urde sus travesuras o juega o discute con sus amigos, en la que sueña, en la que habla con sus papás o sus abuelos, pero sí sabemos que la conoce… e intuye Pau que a esa lengua, por una de esas cosas incomprensibles de las personas mayores, la odian sus educadores. Para Pau, a su tierna edad, no hay mayor desafío a la autoridad constituida que hablar en español a su monitora.
Meses atrás leímos en la prensa que muchos alumnos catalanes traducen en las aulas las explicaciones del profesor para adiestrar idiomáticamente a sus condiscípulos, muchos de ellos hijos de inmigrantes, y facilitarles de ese modo la asimilación de algunos contenidos docentes. Es un gesto compasivo y la prueba irrefutable de nuestro esquizoide sistema educativo.
Muchos de esos chicos metidos a traductores adoptarán mañana las tesis inmersionistas y, una vez adultos, serán reclutados por losnormalizadores y sus criados de librea como el presidente Montilla o el llorado Pepe Rubianes. Otros acaso, los menos quizá… amarán la libertad como solo puede amarse… con el alma desgarrada. Pues nada duele más que la servidumbre voluntaria, masiva, cuando la libertad es posible y no la mantienen cautiva y aherrojada las bayonetas.
Tolerancio se pregunta… ¿qué rumbo, qué derrota tomará la vida de ese polvorilla de Pau que habla, el muy osado, el idioma nauseabundo y degradado de los pordioseros, de los basurillas, de los yonquis, de las chachas, de las putas y de los travestis? ¿Será otro catalanista más sumergido en el aborregado clamor patrio, hipnótico, de la muchedumbre estupidizada… o será un hombre digno de ser libre, un hombre que, como hoy, correrá en pos de la libertad?
Tolerancio te abraza, Pau, en la distancia y te bendice. Qué contrariedad, embelesado y algo abatido, Tolerancio ve impotente como se le escabulle un calcetín y cae al vacío desde el tendedero