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lunes, 5 de noviembre de 2012

Ana Carrillo


Por Tolerancio


Ahora sé por qué dedicar calles a los asesinos de ETA no goza de las simpatías de una parte de nuestros representantes políticos: porque no matan lo suficiente. Sus víctimas mortales no llegan a mil.

Cierto que, como el ayuntamiento de Madrid respecto de Santiago Carrillo, algunos municipios de Vascongadas, Navarra y Cataluña, han pretendido agasajar a terroristas de distinto pelaje, pero entonces la Fiscalía ha actuado de oficio o a requerimiento de las asociaciones de víctimas, esas lloronas insoportables, Oyarzábal dixit.

Hay quién dice que Carrillo no participó personalmente en la masacre de Paracuellos contra miles de personas desarmadas, no combatientes (no obstante, como casi todo es opinable hay quien dice que sí cooperó con sus propias manos y más allá del mero diseño logístico). Razonaremos interesadamente, en beneficio del finado y de nuestro relato, que no lo hiciera. Eso le distinguiría de los etarras que, para ser dirigentes de la banda y recibir el póstumo homenaje de una placa callejera tuvieron que echar los dientes en el crimen mediante el rito iniciático del tiro en la nuca o del bombazo destripador. En ETA para ser fraile primero hay que ser cocinero, pero de la escuela deconstructiva, no de recetas, si no de vidas.

Ana Botella le ha dedicado una calle a Carrillo porque ha querido. Nadie le ha obligado. Su negativa se habría entendido perfectamente. Luego si lo ha hecho es porque le gusta. No en el sentido de que la fastuosa obra criminal del dirigente comunista le complace estéticamente como la audición de una misa barroca de Bach. Es peor aún: íntimamente le fascina. La alcaldesa nos recuerda a esas monjas de La leyenda del César visionario de Umbral que se cuelan en sórdidos calabozos de la retaguardia nacional para consolar las fatídicas horas de los presos republicanos, ofreciéndose, en su infinita misericordia, al carnal alivio de los penados.

Amar a los criminales en su maldad infinita porque son criaturas de Dios descarriadas. Y la grandeza de nuestros sentimientos se templa en la generosidad con el individuo tocado por el halo maligno de las tinieblas. Ana Botella lo hace con ese temblor piadoso y traspasado de la beatería más sublime que implora al Altísimo para que le conceda la gloria del martirologio, con la renuncia de sí de un san Sebastián asaeteado por sus victimarios o de los primeros cristianos expulsados a latigazos de las catacumbas y arrojados a las arenas circenses para gaudio de leones hambrientos. Y entonar un Dios, perdónalos porque no saben lo que hacen y alcanzar de ese modo las etéreas cotas de la inmortalidad.

Ana Botella se paladea imaginando a los presos de las cárceles Modelo y Porlier trasladados al último páramo… al amanecer. Miradas perdidas, abrazos para confortarse, manos que pasan las cuentas de un rosario furtivo hurtado a la requisa. Neblina de madrugada. Los faros de los camiones. El humo del pitillo de uno de los verdugos. El clac del cerrojo de una tercerola Máuser, el olor a tierra removida a paladas. Uno desfallece. Otro le sostiene. Los seminaristas más jóvenes, chiquillos aún, lloran y llaman a sus madres con la voz quebrada. Las ráfagas. Los cuerpos se derrumban dentro de la zanja. Uno aún respira y la tierra de la sepultura troca el llanto y la sangre en un barro negruzco. Hace un frío que pela. Ana Botella lo ve, suspira, jadea… en un registro místico… querría subirse a un bucle temporal y aparecer entre los condenados para transmitirles confianza y aplomo en esa hora crítica… una heroína en medio de la desgracia… Y refusilar a los suyos.

Ana Botella quiere mirar a los ojos del mal y vencer en su colosal compasión… Ana Botella regresa incólume de los círculos infernales y cabalga a lomos de un blanco corcel y ondea, como su cabellera al viento, el estandarte de la doncella de Lorena. Su aliento es más puro e inconsútil tras hociquear con avidez en el negro y pestilente culo de la muerte.

En una calle de Madrid… 

5 comentarios:

Fuga dijo...

Muy bueno Tolerancio.

La mujer se ha convertido en el paradigma de la anti-meritocracia con el que el peronismo celtíbero empapa al país. No pudiendo destacar por méritos no hay otra alternativa que la de disimular en el coro de la degradación general como otra voz más de la cacofonía nacional. Sin duda, la calle a Santiago Carrillo era la oportunidad de mimetismo soñada para entrar en el club.

Señor Ogro. dijo...

Así es, esto solo se puede "explicar", desde la perspectiva de aquel pobre pepero, desamparado ideologicamente, pero que sueña con ser aplaudido por las hordas socialdemócratas.

O como decimos otros, los complejines.

Esta mujer está resultando muy tonta: otro Feijoo, otro Rajoy, otra Camacho, otro Basagoiti-Oyarzabal. Solo son buenos para agarrarse al poder.

Reinhard dijo...

Impecable, Tolerancio; no por sobada es menos cierta la sentencia de que la realidad siempre supera a la ficción. No cabe duda; han venido para congraciarse con la izquierda más reaccionaria.

Esta imagen ya prometía y presagiaba.

No hay ética sin una mínima estética, y estos fulanos son muy poco estéticos.

tolerancio dijo...


agradezco sus comentarios indulgentes... lo cierto es que tuve que morderme la lengua... el cuerpo me pedía un tono distinto...

en otro orden de cosas, para alucinar el manifiesto federalista que ha promovido El País... ¿Se han leído Félix de Azúa y Vargas llosa el papelote que les han puesto delante?

Reinhard dijo...

Gracias a usted, Tolerancio, por glosar cómo los peperos han puesto epílogo a la biografía-o mejor, hagiografía-del matarife.

No he leído ese manifiesto de Pravda, Azúa y Llosa no me inspiran ninguna confianza. Por prevención cultural, huyo de cualquier cosa que escriban.