La ignorancia

Hasta ahora, para desentenderse de los asuntos de su yerno y entre cabezada y cabezada, el jefe de la casa se escudaba en la bendita ignorancia, aprovechando incluso un sermón navideño para plasmar la liturgia-lavarse las manos-a lo prefecto romano y soslayar su responsabilidad, la menos la familiar. La ley es igual para todos, arrimemos el hombro en la lucha final y felices fiestas. Pero tras la aparición de comunicaciones más que comprometedoras para él mismo y su hija, el suegro ya no podrá decir lo mismo que Tejero al abandonar las Cortes tras el fracaso del golpe de estado: yo quiero que alguien me explique qué coño ha pasado aquí. Todo vuelve, eso parece, en curioso y retrospectivo ajuste de cuentas. ¿Y el elefante? Blanco, como aquel otro que nunca llegó al Congreso. O sí llegó:  sólo él, dueño de su secreto, lo sabe.