Hoy se cumplen veinte años de la muerte de Juan Gómez, santo y seña del madridismo. Juanito murió como vivió, demasiado deprisa, con un montón de años por delante y sin ser consciente-iba dormido cuando la fatalidad se cruzó en su camino-de la orfandad en la que iba a quedar sumida la afición que lo encumbró al altar de los héroes.
Como todos los genios, Juanito era capaz de lo mejor y lo peor, de la sutileza de un regate inverosímil y de la bajeza de un escupitajo a un ex compañero, por lo que podía pasar de la gloria a la infamia en un suspiro, de la alegría desbordada por un gol que él solito había fabricado al lamento por una expulsión absurda que dejaba a su equipo contra las cuerdas. Todo en un segundo, como la distancia ridícula que separa la vida de la muerte.
El siete de Los Boliches era la épica a la que el Madrid se encomendaba cuando el guión exigía aquellas remontadas de noche europea que debían seguirse por la radio, jornadas interminables que obligaban a dejar aparcadas otras tareas más prosaicas y que tenían la recompensa instantes después de consumada la gesta, cuando un amplio reportaje televisivo terminaba alojado en una cinta de vídeo que resistiría el paso de los años y que certificaría que de alguna forma, más cercana o lejana, todos estuvimos allí.
Muchas veces me he preguntado cuándo comencé a desengancharme de la militancia madridista a la que me aboné siendo un crío: tal vez fuese esa fatídica madrugada, o al día siguiente, mientras veía las lágrimas de Camacho, Gordillo y Míchel en su funeral, o quizá más adelante, cuando el club señor por excelencia no retiraba la camiseta con el número siete: clamorosa negligencia, odiosa estupidez que demuestra que los gestores del Madrid no están a la altura de la afición y sus ídolos.
Dice Luis García Montero que la verdadera nostalgia, la más honda, no tiene que ver con el pasado, sino con el futuro. La nostalgia de aquellos días de fiesta, cuando todo merodea por delante y el futuro aún está en su sitio. Yo siento con frecuencia la nostalgia del futuro, de aquellos días de épica, cuando tras una estrepitosa derrota en competición europea Juanito decía que no pasaba nada, que quince días después íbamos a remontar.
2 comentarios:
Nunca he sido muy futbolero, pero uno de mis recuerdos de juventud son las tanganas y grandes jugadas de Juanito.
Dicen que dios se suele llevar primero a los mejores: en el caso de los deportistas, esto se ha cumplido rigurosamente en no pocos casos y disciplinas.
Juanito vivía en el límite, capaz de lo mejor y lo peor, de ahí que a nadie dejase indiferente.
Su muerte, absurda como todas en la carretera, agigantó su figura y dio paso al nacimiento del mito.
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