Cumplidos ochenta años del
estallido de la Guerra Civil, se impone una vez más aquello de la
reconciliación. Y quiénes han de reconciliarse, se pregunta el vulgo, porque
supervivientes de la contienda no quedarán ya muchos, y menos todavía,
entre esos, los que no se hayan reconciliado hace tiempo. Pero si vamos a esa retórica
aparentemente sencilla y la damos por buena, uno se pregunta cómo debe reconciliarse con el tío de
la coleta, o con los nacionalistas, y no lo tiene nada claro, especialmente si
atendemos a las soflamas que con motivo de esta efeméride lanzan unos y otros por redes
sociales y medios de comunicación.
Por otra parte, no parece que la historia sea un bien o derecho, tampoco una carga u obligación, que se transmita mortis
causa como una herencia o legado. Y además, si así fuese, siempre se puede
repudiar, por lo que no parece muy apetecible hacer lo
que otros ignoraron en su momento. Por
ello, y como en una herencia cuando hay dudas sobre los réditos o ventajas que puede
reportar, lo conveniente es aceptar a beneficio de inventario. Y visto el saldo
que arroja la cosa y lo apetecible que es darse un abrazo con un tipo de Podemos o uno de la CUP, mejor pasar palabra y en todo caso reconciliarse con uno
mismo, y así-dadas las fechas y el calor-tomarse unas buenas y merecidas vacaciones. Lo demás es perder el tiempo en abrazos ridículos.
3 comentarios:
El abrazo fue inventado por los árabes para comprobar que el contrario no llevaba espada ni puñal camuflado bajo el ropaje.
Dando por descontado ese motivo en los actuales tiempos, para darse un abrazo con quienes D. Reinhard sugiere, habría primero que asegurarse la cartera, los bolígrafos y demás pertinencias existentes en los bolsillos, sin descontar un pase de la ropa por la tintorería a continuación.
"Pertenencia" of course.
Cierto, Traveller, aquí más que del abrazo del oso, deberíamos hablar del abrazo de la mofeta.
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