La última iniciativa legal de la
izquierda plurinacional ha sido que el derecho al voto se extienda a los
mayores de 16 años, como han hecho algunos países de nuestro entorno.
Argumentos peregrinos como que con esa edad se puede ¡trabajar! y hasta ¡casarse!
han servido a una mayoría de próceres para exigir que se tramite una reforma que no deja de
tener su gracia. Se rebaja la edad para votar pero no la mayoría de edad, que
se presume seguirá en los 18, o la edad mínima para obtener el permiso de conducir.
Se vota con 16 pero no se pude ser elegido con esa misma edad. Tampoco se dice,
en justa reciprocidad, nada de rebajar la edad penal y volver a ponerla en esos 16 añitos, lo que sería todo un ejercicio de responsabilidad.
No deja de tener su gracia que tipos
como Rufián y otros antisistema-toda la izquierda es antisistema-suban a una
tribuna a defender la reforma poniendo el ejemplo de países como Austria o Noruega,
ejemplos de sociedades avanzadas en las que gentes como ellos no tendrían
relevancia pública alguna. Razones de higiene mental y social aconsejarían volver a un
sufragio censitario, o al menos a exigir una cultura general mínima para poder
votar con 18, pero todo parece indicar que esta deriva subnormal que nos azota
nos traerá en un futuro no muy lejano la
implantación de esa edad adolescente para elegir representantes, con lo que
bien podremos decir-sí se puede-que el niño de Bescansa en el Congreso no sólo
fue la metáfora de los tiempos que corren sino también un presagio de los que
se avecinan.
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