El desembarco, cuyo título original es El campamento de los Santos, es una novela que ha resultado profética y que fue escrita a principios de los años setenta por Jean Raspail. ¿Por qué profética? La respuesta está en la trama, extravagante en el fondo pero sencilla en la forma: ¿qué ocurriría si un millón de hambrientos indios llegasen a las costas europeas y lo hiciesen a la vez, bien apretados en una grotesca y oxidada flota de un centenar de barcos y dispuestos a conquistar por las buenas o las malas el bienestar de Occidente?
Quizá la respuesta, y de ahí la inspiración del autor para el título, se encuentre en un expresivo fragmento del Apocalipsis citado en la obra: Cuando se hubieran acabado los mil años, será Satanás soltado de su prisión, y saldrá a extraviar a las naciones que moran en los cuatro ángulos de la Tierra, a Gog y a Magog, y reunirlos para la guerra, cuyo ejército será como las arenas del mar. Subirán sobre la anchura de la Tierra y cercarán el campamento de los santos y la ciudad amada.
Con un ritmo trepidante y en diferentes escenarios, asistimos a la narración de unos hechos que no dejan indiferente a nadie, ni al lector, ni a los protagonistas ni a los millones de personas que presencian, vía radio y televisión, al avance imparable de esa flota que aglutina a los desheredados de la Tierra. Se avecina un nuevo orden que no es otra cosa que el final de una civilización que contempla impotente una muerte, la propia, más que anunciada. Solamente unos pocos plantan cara: es la desigual batalla entre esos hambrientos y aquellos que no quieren repudiar su herencia milenaria ni tampoco dilapidarla. Pero es para estos pocos resistentes una batalla perdida desde el principio, pues los propagandistas de la llegada de esa Bestia, apóstoles de un humanitarismo imbécil y un multiculturalismo irracional, se han encargado de vaciar las conciencias, por lo que el desembarco encuentra muchos más adeptos de los esperados, incluso entre unas fuerzas armadas que, si no huyen en desbandada, también terminan abrazando a los recién llegados como hermanos de sangre que necesitan ayuda. Los inmigrantes ya instalados e integrados en el país desde hace años se rebelan contra sus viejos patronos, las cárceles son asaltadas y los presos liberados se unen a una orgía devastadora que no se detiene ante nada ni ante nadie. Es el final de la legalidad.
Un caos, en fin, que se apodera de todo y firma la sentencia de muerte de una civilización y una cultura, de toda una identidad que parecía bien consolidada, porque eso-y no una absurda superioridad de los blancos, como dirían los detractores del autor y su obra-es lo que se pierde para siempre y lo que magistralmente refleja Raspail en una novela que se adelanta treinta años a unos acontecimientos que ya, y por desgracia, no tienen nada de ficción.