Un conocido futbolista ha dado
con sus huesos en prisión acusado de una agresión sexual presuntamente cometida
en una discoteca de Barcelona. La investigación policial ya reunía los suficientes
indicios-racionales de criminalidad, dice el legislador-contra el jugador,
tantos que la más elemental prudencia aconsejaba guardar silencio en la
declaración judicial que el futbolista debía prestar, o en todo caso sólo responder
a las preguntas de su letrada. Pero todo
indica que la que debe ser su mejor consejera indicó al futbolista que respondiese
a todas las preguntas que se le formulasen, y ésa fue su perdición, al menos de
momento: numerosas contradicciones que siempre se resuelven contra el reo.
Uno entiende que cualquier
persona en un trance similar, y máxime cuando acude voluntariamente a declarar
ante la policía, debe de sentirse, salvando las distancias, como Josef K.
frente su proceso, de ahí que se
ponga en manos de su abogado para que todo quede en un mal sueño. El problema
es cuando ese abogado desconoce la máxima del foro recogida en la ley: derecho
a guardar silencio y no declarar contra sí mismo y no confesarse culpable. Ya habrá
tiempo de declarar cada vez que se quiera con una buena preparación, que las
prisas siempre son malas consejeras.
Es algo parecido al derecho a la
última palabra que tiene cualquier acusado al final de un juicio. Cuántas buenas
defensas se han ido al traste porque un reo lenguaraz ha hecho uso de ese
derecho. Recuerdo un caso que me tocó
hace muchos años y que es difícil de olvidar. Dos tipos eran acusados de haber
llamado a un repartidor de pizzas para robarle la recaudación que llevase
consigo. No sólo eso, sino que además se apropiaron de la pizza que habían
pedido. Pese a que ambos negaron los todos los hechos durante el juicio,
incluso que hubiesen pedido la pizza, la cosa pintaba mal, pues habían sido
reconocidos en rueda por la víctima. Uno
de ellos, y no era mi cliente, quiso hacer uso del derecho a la última palabra para
manifestar algo que le resultaría gracioso, como si aquello fuese una comedia:
que la pizza que les fue entregada no tenía pepperoni, pese a que así lo habían
exigido al hacer el pedido. Lógicamente, fueron condenados, si bien ellos no se
jugaban más de diez años de prisión. El silencio, ese privilegio.
2 comentarios:
Sí, en ese caso, pero como abogado de la acusación particular el silencio del patrocinado es más complejo. Para acusar hay que abrir la boca.
Vaya matanza en Algeciras. Con fallecimiento de la mujer del vicario de un infarto tras enterarse de la noticia.
El morito estaba por expulsar desde hacía meses, problemas de la burocracia de la administración española habían paralizado la expulsión.
Leo muchas críticas de los biempensantes habituales a las religiones, así en plural, que dicen estimulan el racismo.
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