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jueves, 26 de enero de 2023

El derecho a guardar silencio

 


Un conocido futbolista ha dado con sus huesos en prisión acusado de una agresión sexual presuntamente cometida en una discoteca de Barcelona. La investigación policial ya reunía los suficientes indicios-racionales de criminalidad, dice el legislador-contra el jugador, tantos que la más elemental prudencia aconsejaba guardar silencio en la declaración judicial que el futbolista debía prestar, o en todo caso sólo responder a las preguntas de su letrada. Pero todo indica que la que debe ser su mejor consejera indicó al futbolista que respondiese a todas las preguntas que se le formulasen, y ésa fue su perdición, al menos de momento: numerosas contradicciones que siempre se resuelven contra el reo.

Uno entiende que cualquier persona en un trance similar, y máxime cuando acude voluntariamente a declarar ante la policía, debe de sentirse, salvando las distancias, como Josef K. frente su proceso, de ahí que se ponga en manos de su abogado para que todo quede en un mal sueño. El problema es cuando ese abogado desconoce la máxima del foro recogida en la ley: derecho a guardar silencio y no declarar contra sí  mismo y no confesarse culpable. Ya habrá tiempo de declarar cada vez que se quiera con una buena preparación, que las prisas siempre son malas consejeras.

Es algo parecido al derecho a la última palabra que tiene cualquier acusado al final de un juicio. Cuántas buenas defensas se han ido al traste porque un reo lenguaraz ha hecho uso de ese derecho.  Recuerdo un caso que me tocó hace muchos años y que es difícil de olvidar. Dos tipos eran acusados de haber llamado a un repartidor de pizzas para robarle la recaudación que llevase consigo. No sólo eso, sino que además se apropiaron de la pizza que habían pedido. Pese a que ambos negaron los todos los hechos durante el juicio, incluso que hubiesen pedido la pizza, la cosa pintaba mal, pues habían sido reconocidos en rueda por  la víctima. Uno de ellos, y no era mi cliente, quiso hacer uso del derecho a la última palabra para manifestar algo que le resultaría gracioso, como si aquello fuese una comedia: que la pizza que les fue entregada no tenía pepperoni, pese a que así lo habían exigido al hacer el pedido. Lógicamente, fueron condenados, si bien ellos no se jugaban más de diez años de prisión. El silencio, ese privilegio.


2 comentarios:

Fuga dijo...

Sí, en ese caso, pero como abogado de la acusación particular el silencio del patrocinado es más complejo. Para acusar hay que abrir la boca.

Fuga dijo...

Vaya matanza en Algeciras. Con fallecimiento de la mujer del vicario de un infarto tras enterarse de la noticia.

El morito estaba por expulsar desde hacía meses, problemas de la burocracia de la administración española habían paralizado la expulsión.

Leo muchas críticas de los biempensantes habituales a las religiones, así en plural, que dicen estimulan el racismo.