Me manda un correo el amigo
Tolerancio y me dice que tenemos que vernos un día de estos, pero que para
entonces igual se llama Javiera, o Felisa: creo que igualmente lo reconocería,
pero quién se sabe qué atributos lucirá en ese momento. Vivimos tiempos convulsos
y de la mano de esa convulsión nos llega la Ley Trans de la ministra Montere,
que entre otras cosas permitirá que los menores de edad puedan cambiar de
nombre y de sexo en el Registro Civil como el que cambia de chaqueta o de corte de
pelo y sin autorización de los antaño padres y hoy progenitores A y B. Esos mismos menores que no pueden comprar alcohol o tabaco, vicios
perniciosos que alienan al individuo, podrán hacer trabajar a un funcionario en
base a un capricho o un cabreo.
Las consecuencias de este delirio
en todos los ámbitos pueden ser tremendas; así, una nueva mujer podrá ir al
gimnasio y compartir vestuario con mujeres de toda la vida. ¿Podrán esas mujeres
negarse a despelotarse ante el/la/le/lo intruso/a/e? No lo parece, pero habrá
que ver qué cuentan la ley sus reglamentos. ¿Podrá pronunciarse en contra de esa modernidad el
dueño del gimnasio? Atenta la guardia con un posible delito de odio, que la policía sí está para estas gaitas. Se vienen tiempos
de gloria a nivel mundial, que tampoco innovamos tanto: a la vuelta de la
esquina están las olimpiadas con atletas trans en la categoría femenina. Y por
aquí preocupados con el amigo Orbán, el rebelde húngaro. O tempora, o mores.