El perdón

Principiaré diciendo que este libro ha sido un préstamo, es decir, que no lo he comprado, así que me ahorro el reproche, más o menos morigerado, de que no se puede comprar el libro-hace poco sí lo hice con otro de un antiguo miembro del IRA- de un ex terrorista, aunque éste, como aquél, sea un arrepentido que escribe con ganas de contar su triste experiencia, en ocasiones con un sentimentalismo infantil, y de moralizar un poco, tal vez pensando en el día en que deba explicar lo inexplicable a sus hijos. Hay que reconocer que la obra, pese a que se vende bien en las librerías, llega con mala prensa, quizá porque el anticipo vino de la mano de una entrevista televisiva de Rekarte con el tal Jordi Évole, un personaje que provoca recelo en toda clase de personas y que tiene un aire de gafe que obliga siempre a tocar madera y desconfiar de aquello que promocione.

La historia es la de un joven guipuzcoano que sale de las drogas para meterse en ETA, estupefaciente cambio de rumbo que lamentarán toda su vida las familias de sus víctimas, tres personas que no eran el objetivo y que cayeron fulminadas por el coche bomba que accionó el terrorista en Santander en 1992, una época en la que la banda asesina ya había libanizado su conflicto mediante el uso de arma tan mortífera como indiscriminada. Resulta grotesco que, como relata con todo detalle el protagonista, el comando fuese una reunión de tres incompetentes con pocos medios y enorme chapucería, de ahí que su detención por la Guardia Civil resultase tan meteórica como su preparación para el delito. A partir de aquí, y con un capítulo dedicado a denunciar presuntas torturas y malos tratos en la aplicación de la ley antiterrorista, lo que siempre ha sido una consigna de ETA a sus miembros, empieza el periplo por diferentes prisiones, veinte años que acabarán con su abandono de la organización y su entrada en la vía de la reinserción de la mano de una trabajadora social de Instituciones Penitenciarias con la que se casará y a la que dedica buena parte del libro, como en la misma portada se anuncia.

La parte final es un gran epílogo que el autor utiliza para mostrar su arrepentimiento y pedir perdón, tesis que ya plantea en el título: esfuerzo melancólico pero sobre todo baldío, pues el arrepentimiento, fuera de la liturgia religiosa, forma parte de la esfera más íntima de la persona y difícilmente se puede demostrar, y el perdón sólo puede ser otorgado por las víctimas y sus allegados, y estos ya han dicho nones al ser requeridos al respecto por los medios de comunicación. No obstante, se agradece que alguien que ha estado dentro de la serpiente muestre las vergüenzas de una secta que se resiste a desaparecer, de ahí que tampoco sea conveniente ni se entienda muy bien que gentes decentes carguen en exceso contra un arrepentido que cuenta su particular historia con la intención de que nadie la repita.