Decía días atrás que me gustan las crónicas viajeras, pero no me
veo muy capacitado para un género que considero meritorio por lo
que tiene de complicado, ya que impone al cronista la obligada tarea,
si no quiere cansar al lector, de plasmar la realidad, y sobre todo
la ruta, a vista de pájaro. Pero el amigo Tolerancio me insistió en
dejar cuatro pinceladas de una escapada breve, cuatro días por
tierras de Navarra y Guipúzcoa. Así que cumpliremos con la
exigencia, que no trámite, para que no se diga.
Estella,
a tiro de piedra de Pamplona por buena carretera, es ciudad
monumental cargada de historia y bien cuidada, limpia y con rincones
muy vistosos que lo mismo acoge a turistas de hotel y restaurante, como
era nuestro caso, que a peregrinos camino de Santiago. Como
curiosidad, anda por ahí y bien conservada, y con su pertinente
placa, la casa donde nació Julio Ruiz de Alda, héroe de una gesta
que casi nadie recuerda, tal vez por formar parte de una memoria
histórica nada legislada. Anécdota ya contada la vivida con
una anciana carlistona y una morisma que no era de su agrado, lástima
no haberla grabado en vídeo como prueba de una España inmortal que se resiste a ser enterrada bajo el manto de la estupidez y la hipocresía.
En
Pamplona, a la espera de la cita taurina de cada año, se eleva la
gastronomía a una especie de categoría religiosa, no en vano
mujeres de cierta edad salen de misa y se abren hueco a codazos en
barras atestadas en busca de vino y condumio. Grandes bares, bonitos, limpios, y un repertorio
impresionante de pinchos, si bien los entendidos, que no lugareños, aseguran que son
mejores los que se ofrecen en las tres provincias vascas, por no hablar de
restaurantes para todos los gustos y bolsillos. El día anterior a esa parada,
visita a Olite, una Navarra diferente, más castellana, y como tal con un castillo impresionante cuya visita concitaba enormes colas para
aquellos que no habían madrugado en una mañana soleada y que mojaban la espera en unas terrazas próximas llenas hasta la bandera.
Llegado
el Domingo de Resurrección, fiesta nacionalista de la patria vasca,
se imponía dar una vuelta por Leiza, en el límite con Guipúzcoa,
auténtico territorio comanche al que se llega por la célebre
autovía de Leizarán, aquella que tan alto coste tuvo en todos los
sentidos. Ventanas y balcones con la bandera vasca, pero da la
impresión que por allí siempre es Aberri Eguna y las banderas
volverán a estar mañana y pasado, aunque la nota discordante y rebelde la
ofrece un balcón con la bandera de Navarra donde un paisano fuma un
cigarrillo mientras mira un cielo gris que todavía no descarga, ni lo hará, con aquello que amenaza. La hora
temprana exige un tentempié y se escoge el primer bar disponible, se
come y se bebe a precio barato y no se percibe ninguna hostilidad hacia el visitante, incluso las camareras cambian el registro al castellano
con facilidad y soltura. Las paredes pintadas del pueblo recuerdan al
Belfast de los 70 y 80, un anacronismo como cualquier otro que invita a una reflexión para la que no se dispone de mucho tiempo y que tampoco llevaría a ninguna parte.
Era
un salto inevitable pasar el límite guipuzcoano en busca de una buena mesa, de ahí que se
optase por Tolosa, y es en esa plaza donde llama la atención que la fiesta
nacionalista no se celebre ni con banderas en balcones ni con actos
de ninguna clase, incluso es poca la gente que anda por unas calles dominadas por el silencio.
De vuelta a Estella se toma una ruta diferente, con la ascensión a
un puerto, comarca de La Barranca, desde el que se
divisa un paisaje fantástico que invita a un regreso algún día no
muy lejano.
5 comentarios:
si no está usted capacitado para la crónica de viajes, ya me dirá quién lo está... aún más, debería usted especializarse en el género... concisa y con esas pinceladas muy propias que le dan un toque personalísimo... no sé si es usted muy viajero, pero como relator de viajes lo borda...
Animo Don Reinhard, que Camilo José Cela empezó por ahí con sus crónicas viajeras y acabó premio Nobel.
No ha escogida malas rutas para iniciarse, no.
Uh, La Barranca, comarca conocida también por la Sakana o la Burunda...adéntrese por esa comarca, adéntrese, y palpará lo comanche en toda su intensidad, más incluso que en algunas zonas de Guipúzcoa.
Me refiero, para los profanos, a las localidades de la carretera general entre Vitoria y Pamplona comprendidas entre Alsasua y Lacunza, ambas inclusive. Y de entre todas ellas, a Etxarri Aranaz. Entren, entren allí a tomar un refrigerio y sentirán ustedes lo que es un montón de miradas clavándose en su persona como puñales.
Pues nada, gracias por el elogio: por desgracia no viajo tanto..pero lo tendré en cuenta.
Don Aitor, para mi sorpresa me dijeron que Alsasua no era tan hostil como yo pensaba. No sé.
Ya le digo, si comparamos Alsasua con Etxarri Aranaz, en el mismo valle, es un auténtico paraíso.
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