La última novela de Fernando Aramburu, Años lentos, vuelve a demostrar que nos encontramos ante uno de los mejores escritores españoles del momento, un narrador excepcional que sabe jugar perfectamente con realidad y ficción, con literatura en estado puro y memoria de su propia infancia y adolescencia en el San Sebastián de finales de los años sesenta, con los primeros atentados terroristas como telón de fondo.
Dos discursos, con sus respectivos narradores. se van alternando de manera consecutiva en el relato de los hechos. El primero y principal lo encarna Txiki Mendioroz, niño acogido por sus tíos que acude al género epistolar para contar, a requerimiento del autor, su infancia desde los ocho años en una ciudad convulsa y agitada, caldo de cultivo idóneo para que los jóvenes más radicales y descerebrados, como uno de sus primos, sean captados para el ejercicio del activismo etarra, captación a la que no será ajeno el clero nacionalista que encarna Don Victoriano, un trasunto de aquel montaraz Cura Santa Cruz que certifica el papel funesto que han jugado, y siguen jugando, las sotanas en esta sangrante historia.
El otro discurso, siempre más breve y directo, es del propio Aramburu, quien nos va abriendo sus apuntes, anotaciones y reflexiones para completar y dar forma a la novela, matizando y perfeccionando el relato sencillo e inocente de Txiki. Ambos registros irán configurando el retrato de una familia humilde que termina siendo víctima de la pobreza y el sectarismo, de la incultura y la intolerancia.
Si con Los peces de la amargura, conjunto de relatos casi insuperable en su temática, Aramburu se zambullía en la violencia terrorista y sus secuelas a través del sufrimiento ajeno, en Años lentos-Premio Tusquets-son la propia memoria y vivencias personales las que colocan el andamiaje de una obra que nos cuenta cómo se fue incubando el huevo de la serpiente.
3 comentarios:
Queda apuntado el libro en la lista de pendientes (un posit todo guarro en realidad, que suelo llevar a todas partes y donde apunto lo que parece interesante).
El huevo de la serpiente.. nunca un oficidio tuvo tantos cuidadores y tantos mimos. No es tan raro, así se suele tratar a los animales amaestrados.
El libro merece mucho la pena, como cada obra que saca Aramburu, un tipo, por cierto, que lleva muchos años residiendo en Alemania: sabia decisión.
Así es, Sr. Ogro; el huevo ta tenido muchos incubadores, católicos y ateos, a izquierda y derecha, pobres y ricos. No extraña que haya crecido tanto y con tanta fuerza.
Otro título a sumar en la lista de "pendientes".
Saludos.
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