Y José Tomás paró los relojes del mar
Zabala de la Serna. ABC
Y si muriese el mar que sea en esta arena de Barcelona a los pies de José Tomás. Si quieren degollar la Fiesta, cuánta belleza van a matar. De una sola tacada, pureza, verdad y libertad. Derrochar el talento, los pianos de Larrocha, Alicia, el toreo. El toreo es José Tomás. ¿Por qué os duele tanto? ¿Por qué castigáis el espacio donde el alma vuela como voló ayer en la Monumental? A JT le latió el corazón en las muñecas esta vez. Como la última ola. El aire vibraba, entre sus dedos las telas, la caída de una muleta lacia, aquilatada ingravidez. Devolvieron un toro descoordinado, con unas hechuras perfectas y su cara armada. Corrieron turno las musas. Y los lances a pies juntos mecieron hasta los medios al otro también de Núñez del Cuvillo, más ancho de sienes, con un temple excelso. En los medios cayó la montera de canto primero, boca abajo después, en dos tiempos. Como la misma moneda al aire, el dios de piedra de Galapagar se clavó en estatuarios unos metros más allá. La derecha ofrecida y ligada, por abajo. El nuñezdelcuvillo respondía en ese palmo de terreno, pero como queriéndola tomar con el otro pitón, con un tempo de espera que José Tomás esperó para vaciarlo en largo. Y cuando la izquierda surgió, como cosa sin importancia, permaneció para siempre. («No pongáis, oh muchachos, vuestro arrojo en la velocidad») Una cintura menos rota que otras veces, un recuerdo inmortal a David Silveti. Medio compás arrastraba los flecos con un giro de muñeca final descomunal. El «Rey David», que yo lo vi en otra Monumental, toreaba así: clavada la aguja en el talón que hace rotar. ¡Qué tres series, Dios mío! Se pararon los relojes, Curro. Nada que ver contigo, pero sí un núcleo: torear es templar. Y también someter. Por debajo de la pala del pitón se vaciaban viajes que por la taleguilla salpicaban la espuma roja de la noble bravura. «¡Nos ha puesto de acuerdo a todos!», exclamó a toda prisa Manolo Lozano en fuga hacia el AVE cuando la luna se asomaba creciente al espejo de la fragua. Ya verás, Manolito, como a todos no, que alguno sacará un desarme como lacra descomunal. Algún idiota, claro, que tampoco sabría apreciar el epílogo rodilla en tierra tan ordoñista. Una trenza de broche envolvió la embestida con el reverso de la mano, y el volapié reventó al toro con tanta ansiedad que incluso contrario se fue. Contrario y mortal. La unanimidad de las orejas se desprendió del palco presidencial.
La cabeza de José Tomás funcionó lubricada a la perfección con el sobrero que hacía quinto y que basculaba siempre hacia toriles desde que saltó a la arena. Con permiso de Julio Aparicio, que dibujó las verónicas más apauladas que uno haya visto, un tanto asentado en el talón de atrás, JT enganchó lejos de las tablas las arrancadas por delante en dos verónicas y una media de clamor. Y otra vez hacia allá, hacia chiqueros, se lo llevó en un quite al delantal para luego traerlo a una mano al caballo. Y como el toro siguió con un puntito de manso hacia su campo, con la muleta le dio placer: dos trincherazos y un cambio de mano de cincel. Las neuronas dosificaron al toro en la palma izquierda, en su media altura, apretaron más con la diestra, que apagó el escaso fondo en tenue final. En la boca de riego pinchó, y como había pinchado corrigió la tensión con manoletinas antes del embroque definitivo. Fue el doble trofeo a la inteligencia superior, a una historia de amor que igual ayer sea una última ola.
Hasta aquí el relato de lo acontecido en la plaza, con la pluma siempre certera de Zabala: una fiesta, un clamor, arte, sin más, para qué describir aquello que hay que ver, sentir, vivir. En los corrillos se decía que era, sería, la última corrida en Barcelona, en Cataluña. Los aficionados daban voz, sin pretenderlo, a los cuatro antitaurinos de siempre, cuatro y sin cabo, antítesis de la belleza de la Fiesta, de la magia del toreo, feos y feas con avaricia, epígonos de un tiempo que se acaba, adalides de la ignorancia. Para ellos y su pobreza, y sin esperanza de que puedan cambiar, el arte de Tomás. Y gratis, pues hasta su ubicación en la calle Marina llegaban los olés de la plaza.
10 comentarios:
Jamás he ido a los toros. Y creo que ya va siendo hora...
Un amigo nos acompañó ayer a la Monumental y era su primera vez: al final...no se quería ir de allí. Hasta los "mossos" aplaudían a Tomás y si ellos mismos no lo sacaron a hombros fue por temor a las represalias.
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Coño, ¿y desde cuándo y por qué? Esto, digo.
Los toros, Reinhard, no me gustan en la plaza aun comprendiendo que solo estando allí al final, pueden estar el resto del tiempo. Pero el que a otros os gusten no me parece mal.
¿ Esto? Si se refiere al blog, desde hace unos días; ¿por qué? Pasar el rato, y si alguno quiere dejar su opinión, que lo haga.
No es custión de gustos, respetable como todas, es el afán de prohibir aquello con lo que no se comulga.En el caso catalán es peor, si cabe, porque se muestra la fiesta de los toros como algo ajeno a Cataluña, y eso es falso de cabo a rabo.
Gracias por la entrada, buen Reinhard.
La gente suele ir a los toros a entretenerse, cuando lo que hay que hacer es emocionarse. Si se puede.
Y dígale a mi admirado Brema que siga teniendo cuidado con Merdutio, ese engreído hipocritilla que le reía las ¨gracias" a Fedeguico y resto de caterva. De aquellos lodos estos volcanes.
Bichos como "avispado" abundan. Con piel de cordero. Ojo.
felicidades por el nuevo blog Reinhard. No puedo decir que me gusten los toros, pero me ha gustado su entrada
Gracias, Neguev, pero por desgracia no es cuestión de gustos, sino una cruzada.
Si, tiene razón.
Pero no me hable de cruzadas, que desata tooos mis demonios que tengo callados en el desván
LO ha visto Supongo
Lo he visto, Neguev, y por eso decía que detrás de todo esto hay algo más que una cuestión de gustos o de protección de los animales.
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