Es notorio que es España
un país en exceso garantista en materia de derechos, de tal suerte
que muchas veces el esperpento acaba envolviendo bajo su manto lo que
debería ser la cosa más seria y respetable del mundo. Dentro de la
legislación sobre extranjería existe el supuesto, muy habitual, de
la denegación de entrada en puesto fronterizos, generalmente
aeropuertos. El extranjero llega y algo falla, de tal manera que se
deniega su entrada en territorio nacional. Acto seguido, se activa el
mecanismo contemplado en la ley y, pese a que al extranjero frustrado
se le va a meter en el primer avión que salgo rumbo hacia el lugar
de donde procedía, entran en acción las garantías con las que el
legislador le obsequia, siendo
una de ellas la asistencia de un abogado de oficio, profesional que
puede formular un recurso contra esa denegación, si bien el mismo, y
por mucho que se corra, no paraliza la decisión gubernativa de
embarcar al extranjero en ese primer vuelo disponible. Lo que siempre
ocurre, y además con una eficacia sorprendente en un lugar donde la
chapuza es la norma general.
Es algo grotesco, sin
duda, pero comúnmente aceptado a lo que nadie da demasiada
importancia y que ya no se comenta de ninguna de las maneras por
ninguno de los actores de la comedia, para qué, pero el otro día me contaron una anécdota
que provoca la hilaridad. Abogado de oficio que citado a las cuatro
de la tarde para dar trámite a la asistencia al extranjero en la
comisaría del aeropuerto llama por teléfono para decir que quizá
se retrase un poco, apenas unos minutos. No me tarde usted mucho,
por favor, que el avión sale a las seis, y al intérprete lo tengo ya aquí como un clavo, le indica el policía
que lleva el caso. ¿Quién dice que la justicia es lenta? ¿Y que no
hay derecho? Como un cohete, oiga.
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