Antonio Baños es el
hombre de moda, al menos en esta patética Cataluña que es a la vez metáfora
y sinécdoque de una España que busca su propia supervivencia
acudiendo a la consultoría de ropones y leguleyos a tiempo completo.
Confieso una cierta simpatía por un tipo que me recuerda mucho,
incluso en el físico, a un vendedor de telefonía que me vino a
vender su producto al despacho: era tan simpático y locuaz que al
cabo de veinte minutos me quedé con la impresión de que no quería
vender sino hablar, de todo y de nada, hasta me decía que me pagaba
una cerveza cuando ya le acompañaba hasta la puerta y le dejaba claro que no compraría su
mercancía. Baños es así, habla mucho, de todo y de nada, pero
sobre todo para decir no.
Baños es más culto, ya
sé que en este erial eso no es mucho decir, que el resto de sus camaradas de partido,
pero sobre todo más aseado: nada que ver con el sandalio Fernandes o
esta portavoz cuya cabeza tanto se parece a la de mis añorados clicks
de Famobil. La otra mañana, tras el primer no a Mas, Baños era el tipo más buscado del oasis, así que no tuvo mejor idea que dar plantón a una radio catalana sin mayor explicación, lo que uno
interpreta como que el diputado estaría de resaca, porque Baños no
tiene pinta de abstemio, pero también como una demostración de su
desprecio por la repugnante especie de los tertulianos, pequeña hazaña que sin
duda es síntoma de que, aunque equivocado en política, goza de
buena salud mental.
De Baños, periodista a
ratos, se cuenta la anécdota de que fue enviado a cubrir la crónica
de un concierto de David Bisbal, que el concierto se suspendió por
la lluvia y que él, hombre cumplidor con sus obligaciones remuneradas, hizo la
crónica como si tal cosa y la mandó a sus jefes. Ahora tiene otra
misión- investir a un orate-que también se va aplazando, suspendiendo
una y otra vez, pero Baños nos sigue mandado su crónica.
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