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lunes, 7 de marzo de 2016

Ni conservadores



Estaba claro-sólo a unas pocas pruebas había que remitirse-que el Partido Popular era un partido socialdemócrata al uso, uno más del entorno europeo. Ya dijo hace tiempo Rajoy, y no solo por cerrar la boca de la siempre incontinente Aguirre, que el que se sintiera liberal que se fuera y montara el partido liberal. Tampoco es un partido conservador, entre otra razones porque desde aquel célebre congreso a la búlgara en Valencia,y que encumbró al gallego al mando de la nada, es un partido que carece de ideología y que se avergüenza de sus orígenes. Estaba muy claro, pero si quedaba alguna duda ha sido el diario global y socialdemócrata por excelencia el que lo ha puesto negro sobre blanco: a la hora de clasificar a los jueces por su ideología, El País distingue entre magistrados conservadores y magistrados próximos al PP. Y es que no es lo mismo.

jueves, 3 de marzo de 2016

Bésame mucho



No principia bien esta legislatura: a la espantada de Rajoy, que intuía que no podía ser profeta ni fuera de su tierra, se une ese pacto entre Sánchez y Rivera que, con la historia de una regeneración altamente sospechosa para el bolsillo del contribuyente, solo convence a ellos y a sus epígonos. Añádase un debate de investidura plagado de obviedades, necedades, y cursiladas que ha tenido su guinda en el beso al estilo soviético-como aquel entre Brezhnev y Honecker-que se dieron Pablo Iglesias y un tal Domènech, de la franquicia catalana de la Internacional Perroflauta. Y ello delante de las narices del banco azul, con las caras de sorpresa de unos ministros en funciones que, más o menos morigerados, todavía se preguntan si es verdad eso de que el Partido Popular ha ganado las elecciones.

El beso apparatchik de los podemitas es toda una metáfora del momento histórico que estamos viviendo: si el niño de Bescansa pasando de mano en mano ofrecía una imagen tierna al estilo teletubbies, siempre y cuando se soslayase lo que tenía del principio comunista de que los niños, y las niñas, son del Estado, este morreo entre hombres con toda la barba, o perilla, es la estampa polvorienta de la fraternidad universal-adiós a los estacazos goyescos que tanto carácter nos han imprimido-que amenaza con devorarnos. Ante un horizonte tan igualitario como cariñoso, ya no le bastará al díscolo con echarse la mano a la cartera sino que deberá vigilar algunas partes de su cuerpo. Cuarenta años después, dejamos atrás, por fin, el melifluo abrazo de la Transición y nos adentramos en una auténtica orgía de incierto final. Y de escaso atractivo.

martes, 1 de marzo de 2016

Ongi etorri



En la suelta de Otegui, con claque de bienvenida incluida, hay algo de epílogo, de fin de ciclo de un sistema que, condenado una y otra vez por sus propios méritos, se va reinventando poco a poco. Calificado como hombre de paz por Zapatero, dio con sus huesos en la cárcel porque aquella negociación, cuyo clímax fue el chivatazo del Faisán, se había estancado sin remedio. Licenciado definitivamente, y en la duda de si está inhabilitado o no para el desempeño de la cosa pública, el preso vuelve a la casilla de salida con el aval de la pena cumplida y un aura ridícula y obscena de preso político, sin vías alternativas ni atajos que le deslegitimen ante su propia clientela. El resto del personal se mueve entre una indiferencia sospechosa y un desprecio que ya tiene poco valor: hoy día, el delito estrella es la corrupción, y la memoria, a efectos prácticos, sólo sirve para escribir libros. Seguro que Otegui ya tiene el suyo medio escrito. Y vendido.