Armas

Hay un debate que se reaviva en Estados Unidos cada vez que se produce una matanza como la de Arizona: el derecho a portar armas. Existen diferentes interpretaciones sobre el origen de un derecho que se encuentra recogido en la Segunda Enmienda de la constitución americana, aunque la que parece contar con más respaldo es la más sencilla, romántica y hasta elegante, y que dice mucho del concepto de la democracia en aquel país: los ciudadanos que fundaron esa nación otorgaron el poder a unos representantes limitada y temporalmente, pero se reservaron el derecho a poseer armas como una protección ante eventuales excesos y arbitrariedades de los que a partir de ese momento les iban a gobernar y regir sus destinos.

Ahora, tras el múltiple crimen de un descerebrado y con la sangre caliente, volverá a debatirse sobre ese tema, aunque no parece que se vaya a producir un cambio radical en lo que ya es toda una tradición, por lo que el derecho a poseer y portar armas seguirá vigente. Algo parecido ocurría por aquí cuando la Eta cometía sus atentados más brutales y muchas voces exigían la modificación de la ley para que estos delitos se castigasen con la pena de muerte o la cadena perpetua. La respuesta de los defensores de la legalidad imperante y benévola siempre era igual de rotunda: la ley ya es lo suficientemente dura y no es bueno debatir con capillas ardientes recién instaladas, por lo que el asunto se cerraba y el debate quedaba para la barra de un bar o un seminario de derecho penal. Por cierto, sobre la Eta y su comunicado de alto el fuego, más de la misma tradición, por lo que bien se puede decir, o al menos evocar, aquello de ¿y el Madrid, qué? ¿otra vez campeón de Europa?