Que Casado no era muy listo ya lo
acreditaba el largo tiempo invertido en cursar la carrera de Derecho, todo lo
contario que su predecesor, que aprobó unas oposiciones a registrador de la
propiedad en tiempo récord. Mas parecía que era un tipo con suerte: ganó unas
primarias contra las favoritas, ambas abogadas del Estado, y salió airoso en
aquel feo asunto del máster del que nunca más se supo. Entre unas cosas y otras
el hombre creyó que, como Franco, tenía baraka,
así que decidió lanzarse por la pendiente con la esperanza de que nada podía
salir mal y que todas las balas pasarían rozando su oreja.
A lomos de ese centro centrado
muy moderado que tanto domina en Europa, y con un fiel escudero como el
mostrenco Teodoro, decidió que para llegar a la Moncloa había que liquidar a
VOX, fuerza emergente que desangraba a su partido, antes que al camarada
Sánchez y sus aliados comunistas y separatistas. Tampoco la idea era extraña:
desde hace tiempo se nos vende esa mercancía averiada de que el Régimen del 78,
pero no la España real, necesita un gobierno de concentración nacional, o gran
coalición, que deje las cosas como están otros cuarenta años más. Al fin y al
cabo, la amenaza separatista catalana, con todos los golpistas en la calle, es
un mal endémico con el que ya se convive con normalidad: véase al efecto cómo
los perroflautas de la CUP pisan moqueta en el Congreso y disfrutan de los
módicos precios que allí ofrece un bar que, do
ut des, pagan todos los españoles. Consecuencia de esta estrategia era
cargar contra VOX, un outsider
peligroso al estilo Trump, algo que Casado hizo de manera repugnante en aquella
moción de censura de la que el único reforzado acabó siendo un gobierno que
hacía aguas con la pandemia.
Pero esa estrategia de los
populares tenía un obstáculo dentro de sus propias filas: despachada Cayetana
Álvarez de Toledo por ser tan inteligente como díscola, quedaba una Díaz Ayuso
que había salvado Madrid para la causa. Era evidente que había que buscar
cualquier trapo sucio en la trayectoria de una dirigente que parecía limpia-presunción
que admite prueba en contrario- como la
patena, inteligente y que no hace ascos a VOX porque ésa es la única forma de
asear un poco España, y a ello se puso con afán el mostrenco Teodoro con la
colaboración de personajes siniestros como el alcalde Almeida, otro abogado del
Estado, o el ínclito Carromero, del que nada se sabía desde que causó estragos
en Cuba.
Pero la suerte no es eterna,
salvo para Franco, y va cambiando de bando a su antojo. La tarde noche de ayer militantes y simpatizantes de partido hicieron lo mismo que en otras
ocasiones han hecho los más rancios enemigos de los populares, irse a la calle
Génova con mariachis y coronas de flores para pedir la dimisión de Casado y su
banda. Otros dirigentes del partido como Feijóo y Moreno Bonilla fueron más moderados
y se quedaron en su casa pero evitaron dar el más mínimo apoyo a Pablo y
Teodoro, cosa que sí harán, si no han hecho ya, esos tertulianos y juntaletras
que sólo desean que el PP subsista como hasta ahora, el centro centrado muy
moderado . La guerra está servida y en ella no se harán prisioneros, pero Casado
no tiene baraka.