El Parlamento de Cataluña, recogiendo el sentimiento y la voluntad de
la ciudadanía de Cataluña, ha definido de forma ampliamente mayoritaria a
Cataluña como nación. La Constitución Española, en su artículo segundo,
reconoce la realidad nacional de Cataluña como nacionalidad.
Así reza el Preámbulo del
Estatuto de Cataluña, si bien como estableció en su día el Tribunal
Constitucional la expresión Cataluña como
nación no tiene eficacia jurídica interpretativa. Para el ministro Borrell,
una especie de intelectual para muchos tertulianos, la solución al tan ansiado
encaje de Cataluña pasa por reconocer a esta comunidad autónoma como nación en
el primer artículo de ese texto, superando el término nacionalidad que rige
desde el año 1978. En el fondo, es seguir las tesis de Zapatero, auténtico gurú
del gobierno, que dice que hay que volver al momento anterior a la sentencia
del Tribunal Constitucional que podó aquel Estatuto que consagraba una
independencia de hecho.
Borrell ya apuntaba maneras
cuando mandó callar a los manifestantes que en Barcelona coreaban aquello de Puigdemont a prisión: salía a relucir la
idiosincrasia del típico socialista catalán que está a favor de todo lo
sustancial del nacionalismo, si bien un pudor casi adolescente le impide expresar
esa sintonía con una mínima contundencia. Y pensar que su nombramiento como
ministro desató la euforia entre los morigerados…Una década después volvemos a
la casilla de salida, regresamos al preámbulo de la estupidez y el desastre. Es
posible que dentro de otros diez años sigamos en las mismas. Y Puigdemont sin
pisar la cárcel.
3 comentarios:
Borrell de vaselina...lo de siempre
no aprendemos... ya hemos pasado por todo esto, pero no hay manera... algunos que hace un par de semanas estaban indignados con la martingala de los "lazistas" ven ahora motivos para la esperanza... acabarán ofreciéndose para acoger "refugiados (sic)" en casa
No aprendemos, no. Ni aprenderemos.
Haría falta releer nuestra historia reciente y saber qué clase de gente han sido siempre nuestros socialistas. Nosotros no tenemos una socialdemocracia de corte y talante europeo. Tenemos un socialismo cuyos líderes siguen adorando a Largo Caballero y a tránsfugas de la catadura de Santiago Carrillo, en cuyos espejos se miran, por no citar al insigne Zapatero, gran valedor de Maduro y su democrático gobierno bolivariano.
Nadie en su sano juicio habría pactado con quien lo hizo Sánchez para sacar al PP del poder, Y no digo que no hubiera que desalojarlos, pero no con semejantes ayudas, porque, pacta sunt servanda, y ya les empiezan a llegar las facturas.
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