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domingo, 25 de julio de 2010

Yo quiero ser torero


Estudios y encuestas recientes que se mueven más en el terreno antropológico que en el puramente sociológico certifican que los jóvenes españoles, y también los maduros que se aburren en la cola del Inem, aspiran a ser funcionarios. Qué lejos quedan aquellos tiempos en los que niños hinchados de ambición querían ser futbolistas y toreros, o millonarios como Conde y los Albertos cuando Boyer y Solchaga edificaron lo de la gente guapa sobre dos millones de parados. Ahora que los desocupados van camino de los cinco millones y que los bancos no sueltan la pasta que previamente han arrancado al gobierno con la excusa del saneamiento, la gente no quiere riesgos, o nadie se los facilita, y busca lo seguro, que no es otra cosa que lo público, sector que en este país no es que sea pujante ni tampoco elegante, pero sí inmenso y acogedor y goza de buena prensa.
Medio país estudia con ahínco y oposita a lo que salga con vocación o sin ella, y como la organización territorial del estado multiplica que es un gusto, una buena empollada da para tres o cuatro oposiciones distintas y con cada una de las plazas en juego a dos paradas de metro de casa. Dirán los pesimistas y reaccionarios que esto es un mal síntoma, reflejo de una España que no crea riqueza sino expedientes tan inútiles como farragosos que se amontonan en los armarios de cualquier negociado, pero aquí no suena la heroica desde que el Madrid de los machos remontaba los miércoles europeos, por lo que la tropa va a lo seguro aunque ya empiece su carrera burocrática con la paga recortada. Como todo esto me pilla mayor y muy vago para cualquier clase de estudio, seguiré soñando con ser torero y ganar mucho dinero.

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