Hacer la declaración de la renta siempre constituye una tarea ingrata, y no tanto por el inevitable pago de impuestos que conlleva sino por el trágico destino, malversación segura, que tendrá el dinero confiscado. En la disyuntiva iglesia católica/fines presuntamente sociales siempre me decantaba, en una mezcla de agnosticismo e indiferencia y pesimismo antropológico, por no marcar casilla y pasar de todo. Este año de fin de fiesta y principio de nada se cambia el tercio: prefiero que ese 0,7% se lo lleve una iglesia en la que no creo, pero que da de comer a los parados que ya no cobran los 426 eurillos de zetaparo, a que caiga en las zarpas del más repugnante progresismo de la gran secta ong, mapas del clítoris y alianza de civilizaciones. España, pues, brilla a su peculiar manera y se manifiesta como un porcentaje: como el papel basura que se intenta colocar en los mercados al 18% y no lo quiere ni dios, como ese nacionalsocialismo catalán, el del 3% y mucho más cuando se estrene Pretoria, que llega al senado con su pequeña torre de Babel y el chiste con traducción simultánea de las lenguas y su capacidad de unión, por no hablar del 20% y más de los parados de una crisis que nunca existió o del 5% de unos funcionarios rebajados a la categoría de inocentes pagadores de la gran fiesta socialdemócrata. La champions de la que nos hablaron era esto, o un tanto por ciento.
lunes, 31 de mayo de 2010
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