Principio, que diría Umbral, a estar bastante harto de esa invocación/evocación permanente y cansina del espíritu de la transición por parte de plañideras de toda clase y condición, lamentos que vociferan políticos con poco trapío y melifluos comentaristas de su propia actualidad, pastueños todos en esta patética romería hacia la melancolía. Aun reconociendo que ello es una de las consecuencias de varios años de gobierno de José Luis y su secta, creo que dicho espíritu, o la resurrección que se pretende, no es precisamente la solución a todos los males que azotan. En primer lugar, y no es baladí, porque se debe mirar siempre hacia el futuro por asqueroso que este se presente y olvidar el pasado por maravilloso que parezca, pero es que esa transición, o su materialización legislativa a través de pactos extraños con desleales contratantes, es precisamente la causa de este desaguisado. No merece mucho la pena detenerse en principios-reconciliación nacional- que han sido arrollados por leyes de memoria, devastados por el más rancio sectarismo de aquellos que, agazapados durante años en el rencor, han esperado el momento oportuno para ajustar cuentas con la historia y ganar lo que en el campo de batalla y con toda justicia perdieron: es puro sentimentalismo que provocará la risa de generaciones venideras. De aquel pasteleo, y aquí viene lo gordo, surgió la actual constitución y la desorganización territorial del estado que consagra: los señoritos del franquismo- de la ley a la ley- cayeron en la trampa que tendieron nacionalistas y socialistas y perdieron una ocasión de oro para terminar de una vez y para siempre con rancios particularismos y fueros antiquísimos, estableciendo un estado fuerte y centralista, moderno y unitario. Hoy, treinta años después y cuando la factura se pasa al cobro, aquella mandanga que muchos acomplejados quieren rescatar sólo ofrece una constitución vacía y pisoteada cuya reforma- sus padres se la trabajaron para que tocar una coma fuese un calvario - es casi imposible, por lo que más sensato sería plantearse una nueva carta, magna o no es lo de menos, que barra de una vez por todas la basura que aquí se acumula, principiando por una monarquía tan inútil como parcial, tan obscena como innecesaria.
miércoles, 5 de mayo de 2010
Pactos
Principio, que diría Umbral, a estar bastante harto de esa invocación/evocación permanente y cansina del espíritu de la transición por parte de plañideras de toda clase y condición, lamentos que vociferan políticos con poco trapío y melifluos comentaristas de su propia actualidad, pastueños todos en esta patética romería hacia la melancolía. Aun reconociendo que ello es una de las consecuencias de varios años de gobierno de José Luis y su secta, creo que dicho espíritu, o la resurrección que se pretende, no es precisamente la solución a todos los males que azotan. En primer lugar, y no es baladí, porque se debe mirar siempre hacia el futuro por asqueroso que este se presente y olvidar el pasado por maravilloso que parezca, pero es que esa transición, o su materialización legislativa a través de pactos extraños con desleales contratantes, es precisamente la causa de este desaguisado. No merece mucho la pena detenerse en principios-reconciliación nacional- que han sido arrollados por leyes de memoria, devastados por el más rancio sectarismo de aquellos que, agazapados durante años en el rencor, han esperado el momento oportuno para ajustar cuentas con la historia y ganar lo que en el campo de batalla y con toda justicia perdieron: es puro sentimentalismo que provocará la risa de generaciones venideras. De aquel pasteleo, y aquí viene lo gordo, surgió la actual constitución y la desorganización territorial del estado que consagra: los señoritos del franquismo- de la ley a la ley- cayeron en la trampa que tendieron nacionalistas y socialistas y perdieron una ocasión de oro para terminar de una vez y para siempre con rancios particularismos y fueros antiquísimos, estableciendo un estado fuerte y centralista, moderno y unitario. Hoy, treinta años después y cuando la factura se pasa al cobro, aquella mandanga que muchos acomplejados quieren rescatar sólo ofrece una constitución vacía y pisoteada cuya reforma- sus padres se la trabajaron para que tocar una coma fuese un calvario - es casi imposible, por lo que más sensato sería plantearse una nueva carta, magna o no es lo de menos, que barra de una vez por todas la basura que aquí se acumula, principiando por una monarquía tan inútil como parcial, tan obscena como innecesaria.
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6 comentarios:
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Básicamente de acuerdo con Vd. Don Reinhard. La Transición fue un timo y de aquellos polvos vienen estos monstruitos.
Confieso que a mi también me engañaron, pero visto lo visto la segunda vez si te engañan es porque te dejas. Leyes iguales para todos, al que no le gusten: puerta. Y Leonorín al exilio. Seguro que se lo pasa bomba ligando por Suiza y otros tontódromos para menesterosos.
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Lo más gracioso, Don Chippewa, es el inmovilismo en ciertas cosillas que al final se convierten en dogmas: ¿por qué no se propone y vota otra constitución?
Sobre Leonorcillas y otras vividoras, con viento fresco: el exilio, dada la naturaleza extranjera del linaje, nunca les fue, ni les será, extraño.
No sé si esos cambios serían buenos. Bastaría con que los hijos de puta que nos gobiernan desde "Madrit" y en las periferias cumplieran los mínimos que hay ahora. Si semejantes cabestros se quieren cargar la Constitución y olvidar la Transición, es que algo bueno hay en ellas.
Madrit...Hala Madrit.
Quizá sea yo un pesimista antropológico, Bremaneur, pero daré un poco la vuelta a su razonamiento: ¿por qué no se modifica, votando algo serio y no lo de cada cuatro años, un status que dura demasiado tiempo y que ha devenido ineficaz?
Que se requieren cambios es de cajón, pero para dejar cosas muy claras. Imposible ahora, con la banda de cabestros que tenemos en el parlamento. La cosa está muy difícil.
No son tan malos los cabestros, al menos en términos taurinos: devuelven, acompañando en perfecta romería y a veces con música, el mal ganado a los corrales. Nos falta un presidente en la plaza. Sí, está la cosa fea, muy maaarrll, horrorosa.
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