Las elecciones en Alemania han
dejado una sensación de alivio en el patio nacional, de ahí que todos en
general anden con un cierto alborozo incontrolable. Los medios de comunicación,
que soslayan el crecimiento de Alternativa por Alemania, porque se ha frenado
lo que ellos consideraban la llegada del IV Reich. El gobierno del camarada Sánchez,
despreciando el fiasco de sus homólogos alemanes, porque perciben que los
resultados suponen un frenazo a esa extrema derecha europea que, de la mano de
Trump y Putin, pone patas arriba el chiringuito de Bruselas. Y el PP de Feijoy
porque el centro centrado alemán gana los comicios y, lo que es más importante,
puede gobernar con una gran coalición, sueño húmedo de los populares que se
puede traer a España y así marginar a VOX y salvar al PSOE.
Pero este alivio generalizado que se percibe en las élites extractivas europeas, las mismas que andan desnortadas tras el discurso de Vance en Múnich, recuerda mucho a la satisfacción
desmesurada que se desató tras las últimas elecciones en Francia, donde un cordón sanitario arrinconó
una vez más al proyecto político de Le Pen. Hasta que, de la mano de los votantes
más jóvenes, llegue la definitiva.