Hace ya un tiempo saltó a los medios una noticia tan curiosa como esperpéntica que resumida con brevedad quedaría de esta guisa: un conductor que había atropellado mortalmente a un joven ciclista reclamaba a los padres del fallecido los daños sufridos en su vehículo, una máquina de muchos cilindros. Me viene la historia a la memoria cuando leo con estupor que un sujeto exige al estado que le indemnice por los presuntos daños sufridos en un secuestro del que apenas conocemos detalles, pormenores que vayan más allá del testimonio de los interesados y de un gobierno que gustosamente pagó el rescate exigido por los piratas del desierto. Como en el caso del conductor ofendido con el pobre ciclista y sus progenitores, el fulano secuestrado es un tipo de vida cómoda, de los que tienen el dinero por castigo, de ahí que se dedique al más noble altruismo allende nuestras fronteras, promoviendo paz, amor y alianzas varias entre tiendas de campaña y mierda de camella. Para alivio de su conciencia, que es la de un país en triste caravana, nuestro héroe perroflauta promete más obras de caridad con lo que pueda recaudar entre el uso y el abuso de la ley. Pleitos tengas...
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