viernes, 30 de abril de 2010
La Torre
miércoles, 28 de abril de 2010
Un visionario
Theodor se había criado en casa de su padre, el inspector de aduanas ferroviarias y antiguo guardia de asalto Wilhelm Lohse. De pequeño había sido Theodor un niño rubio, voluntarioso y bien educado. La relevancia que con el tiempo llegó a alcanzar la había anhelado intensamente, pero nunca había acabado de creer en ella. Bien puede decirse que el muchacho superó con creces las expectativas que jamás hubiera depositado en sí mismo.
Así comienza La tela de araña, excelente novela-la primera-de Joseph Roth, un talento no llamado por la gloria y zarandeado por el destino. Publicada en 1.923 en un diario de Viena pocos días antes del Putsch de Múnich, el fallido golpe de Hitler contra la república de Weimar, esta profética obra narra las peripecias de un antiguo oficial alemán, Theodor Lohse, desmovilizado tras la Gran Guerra. Tan aburrido y desorientado como ocioso y desencantado, sin otro horizonte que un imperio que había sido borrado de un plumazo, Lohse se adhiere a los grupos ultraderechistas que buscaban la destrucción de un orden para el que no se consideraban especialmente llamados ni elegidos.
Hijo de un inspector de aduanas, voluntarioso y bien educado, superó con creces las expectativas que jamás hubiera depositado en sí mismo. Si se salva lo de rubio, y no es un detalle relevante, Roth se manifiesta como un auténtico visionario.
domingo, 25 de abril de 2010
Secretarias

jueves, 22 de abril de 2010
Querido, dos puntos
Son muchos los que se preguntan como es posible que “el acusador se convierta en acusado por el acusado” (aunque parezca enrevesado)
Vaya por delante, y no es ningún formalismo, que tengo plena confianza en la justicia y en su funcionamiento. Pero confieso que no puedo explicarme a mí misma ni a los amigos de América Latina que el mismo juez que sentó a Pinochet frente a un tribunal puedan condenarlo en España por querer juzgar la dictadura de Franco, la de su propio país.
Confieso que me cuesta mucho explicar a las familias que han perdido a hijos a causa de las drogas que el juez que ha perseguido y metido en prisión a los narcotraficantes, ahora será juzgado, y quizá inhabilitado, para poder seguir haciéndolo.
Y me resulta difícil explicar a las familias víctimas de ETA que el juez que persiguió y logró meter en la cárcel a los asesinos quizá deba dejar de seguir ejerciendo su trabajo.
Puede que lo peor de todo sea que algunos dirigentes políticos que aspiran a gobernar se les llenan ahora la boca diciendo que los jueces son los primeros que deben cumplir la ley pero no dicen nada sobre que los representantes públicos somos los primeros que deberíamos respetar a los jueces, a la policía y al Estado de Derecho.
Esta paradoja que hoy vivimos tiene unos autores formales, un sindicato de extrema derecha y Falange Española de las JONS, pero también hay autores intelectuales que quizá se escondan porque su odio les delata.
Ayer, algunos ciudadanos hacían una pregunta que me duele: “¿van a volver a ganar lo de Falange?”.
Estimado Garzón, no quiero permanecer en silencio y te escribo mi opinión personal deseando que esto acabe bien.
Siempre sentí que estaba en una posición equidistante entre tus admiradores y tus detractores. No encontrarás declaraciones públicas mías halagándote en los últimos años. No pedí para ti el Nóbel de la Paz cuando investigaste casos que afectaban a militantes socialistas, ni tampoco lo pediré ahora que investigas una trama de corrupción que afecta a militantes del PP.
Ha habido veces que no he estado de acuerdo contigo pero siempre te he respetado profundamente como juez.
Quiero reconocer también que para alguien que ha nacido en democracia, más allá de los procedimientos, me inquieta que se pueda sentar en el banquillo a un juez que investiga nuestro pasado para reconocer a las víctimas y permitir algo tan sencillo y justo como llorar y enterrar dignamente a sus familiares.
Ojalá todo esto acabe bien. Que la justicia apoye las razones de tu defensa, que en definitiva, puedas seguir ejerciendo como juez porque eso significará que ganaron los principios que superan tu nombre y tu apellido.
Equidistancia total: Caso ¿Gal? y Gürtel.
No sigo, pues es más que suficiente y harto estomagante: ¿imaginan a un Acebes, o un Arenas, enviando una misiva de estas características al juez Gómez de Liaño ante un trance procesal similar? Difícil por no decir imposible, pero eso de más arriba que firma la señora es la propaganda pura y dura que tan bien manejan los de siempre. Hazañas de este tipo y aquelarres como el de la computense no son más que el aperitivo de un glorioso banquete.
martes, 20 de abril de 2010
Rojo y negro
Arturo Pérez-Reverte XLSemanal 18/04/2010
La película maldita
Rojo y negro tiene un valor histórico extraordinario. Es la única película sobre la Guerra Civil hecha desde un punto de vista inequívocamente falangista –su director, Carlos Arévalo, lo era–. Y trata de las actividades clandestinas en el Madrid republicano de la contienda. Se trata de una película pionera, pues en ella aparece por primera vez el concepto de resistencia en una ciudad ocupada por el enemigo. Resistencia antimarxista, en este caso; pero no inferior en interés ni en realidad histórica, como señalan lúcidos críticos e historiadores del cine, a la resistencia antifascista que después nutriría innumerables películas francesas, inglesas, norteamericanas, alemanas, rusas o polacas. Insólita en su ejecución, técnicamente osada en algunas escenas –esos planos de la checa de Fomento abierta como el 13 de la Rue del Percebe–, modernísima para su tiempo, cuajada entre el neorrealismo italiano, el cine de vanguardia soviético y simbólicos toques surrealistas, Rojo y negro cuenta la sombría historia de una joven falangista, soberbiamente encarnada por la mítica Conchita Montenegro: un personaje alejado de los arrebatos patrioteros, grandilocuentes e histriónicos habituales en la cinematografía del Régimen. Luisa, la protagonista, es sobria, dura, trágica, cínica, valerosa y desesperanzada. Y con fría decisión desciende a los infiernos. Eso la convierte en una heroína atípica para el cine español de su tiempo, donde lo correcto eran abnegadas madres y esposas que, desde el cristiano hogar, alentasen a los hombres a inmolarse en las diversas Cruzadas habidas o por haber.
Hay otro aspecto crucial, falangismo radical aparte, por el que la película no satisfizo el Régimen. Aparte de su tono seco, nada ampuloso y en absoluto marcial, evita caer en el simplismo estúpido del que ni siquiera se libran las películas que hoy se hacen sobre la Guerra Civil: la exaltación del bando propio y la caricatura del adversario. Sádicos nacionales de gafas oscuras y brillantina en las películas de ahora, y malvados rojos, tabernarios y brutales, en el cine de antes. Inexactos, incompletos y maniqueos, todos ellos. Aquí, sin embargo, los republicanos que encarcelan y fusilan son individuos normales, creíbles, con motivos para hacer lo que hacen. Con toques de humanidad e ideología propia: como cuando el jefe de los milicianos dice que, si hubiera llevado medalla religiosa al cuello, al llegar a la edad de la razón se la habría quitado. O cuando el miliciano violador de Luisa –soberbia escena, resuelta con dos planos del rostro de la Montenegro– actúa bajo el resentimiento de haber sido engañado, y porque está borracho.
Pero aún hay más, en esta película asombrosa y compleja para quien se enfrente a ella con lucidez, sin estereotipos de buenos y malos: la crítica feroz a los contemporizadores, a los que miraban para otro lado. Al egoísmo de la derecha burguesa y capitalista, incluida sin reparos entre los principales responsables del conflicto. Sin olvidar el retrato, atrevidamente surrealista, de una clase política ciega que divide a los españoles, llevándolos a una matanza atribuida con mucha ecuanimidad al «odio y desconocimiento mutuo». Paradójicamente, la derecha conservadora queda peor que el bando contrario: cuando los oradores de izquierdas agitan al pueblo, éste se muestra como pobre, oprimido, inculto y desesperado. Eso enlaza con los personajes y actitudes de los milicianos que aparecerán después. Y si no los justifica, los hace creíbles. Humanos.
Como se decía en otros tiempos, Rojo y negro es una película para que la disfruten espectadores formados, prevenidos de lo que ven y en qué circunstancias se hizo: capaces de hacer la lectura adecuada, situando en su contexto histórico y social esta narración extraña e inquietante, donde la estremecedora secuencia que precede al final –el actor Ismael Merlo vagando entre los cadáveres de los fusilados en la pradera de San Isidro– nos sumerge, más que ninguna de las muchas películas realizadas sobre aquella tragedia, en la noche oscura de nuestra Guerra Civil.
Tan certero e incorrecto como siempre y más adecuado y oportuno que nunca.
domingo, 18 de abril de 2010
Pitos

viernes, 16 de abril de 2010
miércoles, 14 de abril de 2010
Revival

Vergüenza histórica, complicidad con el fascismo, marea democrática, regeneración, no pasarán.... recias y muy espontáneas consignas vociferadas con tremenda ira y puño en alto que dieron paso a un minuto de silencio por los muertos de hace casi un siglo. Vuelve el Frente.
martes, 13 de abril de 2010
Pegaso
domingo, 11 de abril de 2010
sábado, 10 de abril de 2010
miércoles, 7 de abril de 2010
Vía crucis

viernes, 2 de abril de 2010
Aliados

Cuando el iluminado de la ceja, el mismo que asó la manteca, patentó aquello de la alianza de civilizaciones en la primera cumbre por la que se dejó caer, no podía imaginar que sus más estúpidos deseos acabarían cuajando de la forma más sorprendente: pijos progres cooperando con los infieles para terminar abrazando su religión. Sea cierta esa información, y no se cuenta con el testimonio de la liberada, o pura propaganda de los secuestradores para ocultar el cobro puntual de un rescate que ya no niega ni la prensa del régimen, es justo reconocer que pocas veces el voluntarismo imbécil que guía las acciones de José Luis ha tenido mejor premio.
En cualquier caso, aprovecho la ocasión, ahora que todo parece encaminarse hacia un final feliz, bien sea por medio de la conversión religiosa, bien a través de la pasta fresca, para enlazar el artículo que escribió Fernando Sánchez Dragó cuando la película estaba en sus inicios. Impagable.