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jueves, 20 de septiembre de 2012

De los que transitaron




Poco a poco van cayendo aquellos que fueron llamados artífices de la Transición y padres de la reconciliación nacional, y lo van haciendo por ley natural, por el paso de los años, lo que en muchos casos es injusto, pero nadie dijo nunca que la vida casase con la justicia ni con otros valores similares. Queda Suárez, el gran muñidor junto al rey de aquella colosal estafa que hoy pagamos a precio de oro, pero el Duque-otra injusticia macabra-ya no goza de memoria para reconocer su obra ni está para recoger muchos premios.

Una de las grandes falacias de esa presunta reconciliación fue hacer tabla rasa y equiparar a todo aquel que había tendido un papel, por pequeño que fuese, en la guerra civil o el franquismo, en un bando u otro. Y como la muerte-un hecho puramente biológico desprovisto en la mayoría de los casos de cualquier grandeza- iguala a todos, estaba cantado lo que una vez más volvería a repetirse en honor a Santiago Carrillo, la elegía: fue un gran hombre, vivió tiempos difíciles con luces y sombras y regresó para reconciliarse con sus más rancios enemigos. Y ahí surge, inevitable para consagrar la equiparación, la figura de Manuel Fraga, recientemente fallecido y que como era de esperar no gozó en su óbito de la unanimidad empalagosa dispensada por la clase política a su querido comunista. Como si uno y otro tuviesen una historia similar a sus espaldas y sobre su conciencia.

Cuando estalla la guerra y se desata la furia, Fraga es un jovencito de trece o catorce años que seguramente ya empezaba a tener el Estado metido en la cabeza, mientras Carrillo ordenaba lo que fue un auténtico genocidio que segó  la vida de miles de personas, por no hablar de su poco honroso papel tras la contienda y en el exilio, señalando con el dedo a los malos camaradas que debían ser purgados a la manera estalinista. A Fraga achacan sus enemigos aquel breve período, desaparecido Franco, como ministro de gobernación-la calle es mía-que se saldó con la cifra de siete muertos: cinco en Vitoria y dos en Montejurra. Eso, siete, frente a las matanzas de Paracuellos: hay comparaciones que además de odiosas son estúpidas.

Se va Carrillo y con él parte de aquella falacia por la que llevamos treinta años transitando camino del abismo, pero casi todos loan su raquítica figura, incluso lo hace una falsa derecha que mira al tendido cada vez que sus enemigos le escupen a la cara. Cuando el viejo comunista regresó tras la muerte de Franco, quiso pasar desapercibido y hacer borrón y cuenta nueva, por lo que escogió lucir una peluca  que lo mimetizase con una España que poco a poco se desmelenaba, ignorando que ese postizo iba a convertirse en toda una metáfora, la de la impostura de la Transición.

4 comentarios:

tolerancio dijo...


Lo ha clavado, sr reinhard. pero usted lo ha dicho: "Carrillo ha sido su comunista" (el comunista de este período y de una clase política estupidizada)como quien habla de su mascota de peluche.

La comparación con la muerte de Fraga y las reacciones habidas entonces es exacta, pero eso demuestra que no se hizo tabla rasa.

Aitor Mento dijo...

Yo desconocía el dato que ha señalado don Reinhard en el hilo anterior, el de que en Madrid pueden dedicarle una calle.

Una foto de Ana Botella en un acto así puede ser de antología. Pero seguro que el ayuntamiento manda a un segundón.

Herep dijo...

A un segundón?
Seguro que allí encontraremos a la plana mayor del reino, señores.
Recordemos que el Sr. Aznar, a quien le ponía velas día sí y día también, era a Azaña.
De oca a oca...

Reinhard dijo...

La pregunta es clara: ¿tiene la actual cúpula del PP algún antepasado enterrado en Paracuellos?

Pues que le den una calle.