Hoy, y por orden del gobernador, se finiquitan los toros en Barcelona, en la pobre y palurda Catatònia. Muchos, con la misma desfachatez de ese ministro sinvergüenza que afirma que este Estatú de curas y pensionados fue aprobado por la ¡mayoría de catalanes¡, dirán que este cierre es un triunfo del nacionalismo campante y su moral de tebeo. Nada más lejos de la realidad: esto ha sido una renuncia en toda regla a la que no han sido ajenos políticos y aficionados, trufados unos y otros de cobardía y desidia.
Mañana, sin remedio, veremos a muchos pastueños afortunados, entre ellos la inevitable y guarra salsa rosa que arrastra el místico Tomás, mostrando la entrada de este último y empalagoso guateque, y será entonces inevitable que algunos recordemos tardes de buenos carteles disfrutadas en compañía de unos despistados japoneses y un autocar de franceses, poco más. Melancolía la justa, la más perra: la del implacable paso del tiempo.
2 comentarios:
Reinhard,
Para ese viaje no eran necesarias tantas alforjas.
Si los toros se disolverán como un azucarillo, déjalos y dedícate a aquello que es importante que no se diluya.
Un saludo.
No niego el componente político que tiene esta decisión, pero es innegable que desde hace muchos años los aficionados catalanes han dado la espalda a la fiesta.
Ahora, casi cuando suena la bocina, llega el lamento general:entre todos la mataron....Esto, en el fondo, no es más que una metáfora de muchas cosas. Y ninguna buena.
Saludos, Herep
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