Descubrí a Ramiro Pinilla hace ya bastante tiempo, tras hacerme con uno de los tomos de Verdes valles, colinas roja, lo que sin duda constituyó todo un hallazgo, y así, sin tregua, cayeron los otros que completaban la trilogía de Las cenizas del hierro y demás obras de este bilbaíno.
Hace algo más de un año que Tusquets reeditó Las ciegas hormigas, la novela con
La originalidad de la novela reside en su estructura narrativa, ya que son los diferentes protagonistas, con especial preponderancia y a modo de cronista objetivo de Ismael, el hijo pequeño de un Sabas Jauregui al que resto de la familia detesta y odia en silencio con todas sus fuerzas, los que se van sucediendo en el relato de los hechos de una forma absolutamente lineal si se exceptúa algún pasaje que a modo de flashback relata Josefa, la madre, quizá la víctima más destacada de una historia en la que todos fracasan, porque eso, fracasar y perder siempre, era el destino al que habían sellado su existencia. No obstante, hay una excepción a lo anterior: el padre, protagonista principal de la historia, el hombre duro del caserío, el buey incansable- y en esta historia los bueyes juegan un papel nada desdeñable- que tira del carro familiar para bien o para mal, queda relevado de esa función de narrador, quizá por estar siempre presente como desencadenante de la historia que se cuenta. Y mención aparte, aunque somera, merecen los demás personajes que van desfilando como hormigas, los otros hijos de Sabas: Fermín, el hijo medio tonto que muere despeñado en la rapiña del carbón; Cosme, el más cruel con el padre, que vive enamorado de una escopeta por estrenar; Bruno, desertor del servicio militar por una historia de celos, un loco que de forma imprudente pondrá sobre la pista del carbón a la autoridad implacable que representa el teniente García.
El último capítulo de la novela, un emotivo y cariñoso diálogo entre Sabas e Ismael cuando ya ha pasado el diluvio y vuelve tímidamente a lucir el sol, cuando el fiasco de la empresa se ha consumado con la entrega de todo el carbón expoliado y el entierro de Fermín ha sido cumplimentado como un farragoso trámite, revela la alegoría que tan acertadamente plasma Pinilla en el título, la del hormiguero y sus ciegas hormigas, la tragedia del trabajo incansable y agotador ante un destino tan adverso como inmutable, que se transmite generación tras generación como una condición forzosa de la persona:
La presente edición cuenta con un certero epílogo de Fernando Aramburu, otro profundo conocedor del medio natural y social por el que discurre una novela justamente premiada.
Nota: esta reseña, con muy pequeñas variaciones, se publicó hace ya un tiempo en la Biblioteca Fantasma. Una nueva edición de cuentos de Pinilla me ha animado a recuperarla.
1 comentario:
Pajín... neee-na... cierro los ojos y paladeo tu nombre en la soledad de mi habitación... uuuuyyyy... cariño... hummm...
anda, me he colao de artículo. Mil perdones.
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