Aznar, o Ánsar, que sin bigote es
todavía más repelente, defiende la inmigración masiva que nos devora, y lo hace
con un razonamiento simplista, que es un fenómeno necesario para cubrir infinidad
de puestos de trabajo. Hay que agradecer a este prócer del Régimen que no haya
usado su verborrea habitual para esgrimir el argumento de que todos esos inmigrantes
garantizan las pensiones de mañana, argumento tan falso como obsceno.
En realidad Aznar, o Ánsar, se justifica
a sí mismo preso de un ataque de melancolía: qué tiempos aquellos los de su
segunda legislatura cuando se sacó del bigote una nueva la ley de extranjería
para propiciar una auténtica invasión que cebase una burbuja inmobiliaria cuyas
consecuencias, en algo tan elemental como la vivienda, se padecen desde hace
tiempo hasta límites insoportables. Decía el sabio que todo esfuerzo inútil
conduce a la melancolía, y es cierto, puesto que este prócer nunca podrá
convencernos. 

 
 


 
 
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