Una revista italiana de dudoso prestigio pero de clara inclinación ideológica ha designado al camarada Sánchez como persona del año. Hay que tomárselo a broma, como hace Juan Manuel de Prada con esta pieza tan ingeniosa como delirante.
De las catástrofes siempre queda la nostalgia por las naderías de la víspera
Una revista italiana de dudoso prestigio pero de clara inclinación ideológica ha designado al camarada Sánchez como persona del año. Hay que tomárselo a broma, como hace Juan Manuel de Prada con esta pieza tan ingeniosa como delirante.
Vuelve Lorenzo Ramírez, tras su libro sobre las mentiras del 11-M, con un interesante y bien documentado ensayo sobre los agentes del caos que gobiernan el mundo. Las falacias sobre la guerra de Ucrania, el experimento colosal que fue la pandemia del Covid y las inevitables vacunas como efecto colateral, amén la martingala estupefaciente sobre el cambio climático, pasando, cómo no, por el hundimiento de una decadente Europa en beneficio de la élites extractivas que saquean nuestros bolsillos, entre otras apasionantes cuestiones geopolíticas que a nadie dejan indiferente.
Un par de libros interesantes a los que hay que asomarse con la debida y lógica alegría en tiempos de infinita zozobra.
50 años de la muerte del Invicto,
pero hoy nos encontraremos con los tópicos de cada aniversario: que si era el fin
de una feroz dictadura, que si el óbito dio paso al feliz y próspero reinado del Emérito, que si en ese momento arribó la llegada de una democracia que
tanto esfuerzo y sacrificio costó a los españoles...Pero 50 años no son nada, y así
conviene huir de los diagnósticos que facturen los apologetas del Régimen y
recordar cómo era aquella España de 1975.
Queden aquí unas cuantas pinceladas,
pocas, para el recuerdo y la melancolía: una clase media que poco tenía que
envidiar a la de la Europa desarrollada, un acceso fácil-ya fuese mediante compra
o alquiler-a la vivienda, un modelo educativo con una enseñanza pública, unida
a la privada o concertada, de notable calidad que permitía el funcionamiento de
un ascensor social prodigioso, un sistema sanitario universal y gratuito dotado
de potentes medios materiales y humanos y, poca broma, una deuda pública
ridícula.
50 años no son nada, especialmente
si se goza de buena memoria, objetividad y apego por los datos. Todo lo demás
es música de tertulianos.