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martes, 25 de junio de 2013

Diario de una guerra




Hace ya bastante tiempo-de hecho, nada más salir, escribí una reseña para otro blog-la editorial Galland Books tuvo la feliz idea de reeditar La barbarie organizada. Novela del Tercio, obra escrita por el capitán de infantería Fermín Galán Rodríguez, el oficial que junto al también capitán Ángel García Hernández proclamó la República en Jaca en 1.930, acción fallida- en parte por la cobardía de los propios dirigentes republicanos implicados en la sublevación- que les costó la vida a ambos tras un sumarísimo consejo de guerra en lo que fue la última estupidez de un régimen en absoluta descomposición. La obra se editó por primera y única vez en 1.930 y, tal y como explica Lorenzo Silva en el prólogo, solamente se conservaba un ejemplar en la Biblioteca Nacional, por lo que esta reedición fue más atinada todavía, poniendo al alcance del público una obra inencontrable. Días atrás, reordenando libros, tarea que nunca parece tener fin, me topé con la obra y volví a releerla en una tarde, de ahí que, quizá en recuerdo al desaparecido y admirado Sven Hassel, me haya dado por resucitar aquella reseña.  

Narrada en primera persona y ocultándose tras el protagonista, el legionario Gustavo Pedrol de Nieva, Fermín Galán nos relata con pelos y señales y sin tapujos la crudeza de la Guerra de Marruecos, un experimento colonial que terminó en sangría humana y política y en el que desempeñó un papel principal el novedoso Tercio de Extranjeros, la unidad de élite en la que el autor sirvió como teniente, obteniendo la Cruz Laureada de San Fernando tras una heroica acción que salvó la vida de muchos de sus hombres. En una auténtica novela de guerra, escrita sin concesiones y a un ritmo vertiginoso y siempre lineal, confluyen las acciones militares, descritas con impresionante realismo y tremenda violencia, y la vida de cuartel, siempre a la espera tensa del combate, el cuerpo a cuerpo en las trincheras y el ocio legionario de unos hombres que, como expresa el autor, son voluntarios de una voluntad ajena, desheredados o inadaptados a los que la vida civil, una barbarie organizada plagada de injusticias y desigualdades, nada ofrece,  empujando al alistamiento aventurero y al noviazgo con la muerte, porque es ella, esa leal compañera de la canción, la gran protagonista de la novela, de principio a fin, sin distinción de militares o civiles, viejos, mujeres o niños.

La obra posee una profunda carga política, una tremenda crítica social en la que el autor, militar de carrera de ideología izquierdista, muestra de manera diáfana una faceta muy típica de los militares de la época: la intervención en política, a la que activamente se dedicará tras su regreso de la Legión y que le llevará a escribir Nueva Creación, obra política donde consagrará una suerte de anarcosindicalismo que pueda acabar con la barbarie. En Novela del Tercio se sirve para ello de Gustavo Pedrol, hombre joven de escasa fortuna y mucha desgracia y sin ningún horizonte vital y moral que no sea la mera supervivencia, quien prueba fortuna alistándose en la Legión, huyendo de todo y de todos, buscando en la guerra una especie de redención muy difícil, por no decir imposible, de definir, quizá la muerte como gloria y liberación, pues nos hallamos ante un tipo nada militarista, alguien que detesta la guerra pero que acaba cayendo sin remisión en la brutalidad que ésta conlleva, la misma que atesoran sus compañeros de armas, tan desgraciados como él y con más veteranía en el Tercio y que son perfectamente retratados por el autor con tanta sencillez como contundencia tiene su prosa: imposible no ver en estos personajes a los Hermanito, Porta, Viejo, Legionario o Heide de las ya míticas novelas de Sven Hassel, tipos tan nobles como duros e irracionales, productos manufacturados por la maquinaria bélica para luchar y sufrir, vencer- rara vez- o morir, carne de cañón que reventaba en cualquier zanja y que sólo gozaba de la gloria del soldado anónimo.

La aventura finaliza con el licenciamiento del protagonista tras su paso por el hospital,  una vez perdidos todos sus compañeros en el combate y con la amarga sensación de no haber ganado nada, de volver al punto de partida, un civil más sin oficio ni beneficio, alguien tan anónimo como siempre fue y al que le espera nuevamente la civilización y la barbarie y que cargado de dolor no puede menos que proferir:
            
Los ojos de mi experiencia me muestran las manifestaciones brutales de la civilización en su vida interna y externa. Y temo a medida que el tren avanza. Temo llegar a los centros de la vida civilizada. Temo que el tren se detenga. Temo el momento de apearme. El momento de hallarme solo en esta espléndida barbarie organizada.   

La obra, un excelente documento histórico no exento de valor literario, se cierra con un interesante epílogo: el prólogo a la primera edición escrito por Francisco Galán, hermano del autor, también militar y organizador del Quinto Regimiento durante la Guerra Civil, y dos declaraciones de antiguos legionarios que sirvieron a las órdenes de Fermín Galán y que fueron fundamentales para la concesión a éste de la Laureada de San Fernando por su actuación durante aquella guerra que tanto detestaba.

4 comentarios:

fuga dijo...

Potente.

Me viene a la cabeza la de Arturo Barea en La Forja de un rebelde. Aunque aquél personaje más que héroe condenado por los astros y carne de cañón consciente noble e irracional riéndose de su destino que describes en tu retrato era furriel ventajista de lamento en la retaguardia…¡¡si no recuerdo mal, pues la leí hace mil años!!.

Los condenados españoles disfrutan de un plus que se ahorran sus equivalentes anónimos europeos empujados a la tragedia, el desprecio y el olvido. Han sido necesarios 100 años para que el Regimiento de Alcántara recibiese la laureada de San Fernando. País.

Reinhard dijo...

Aquí, Fuga, las condecoraciones que dan brillo son aquellas que se reparten a saco, como la de Isabel la Católica. Es lo que hay, es lo merecido.

Señor Ogro. dijo...

Las condecoraciones merecidas en este pais tardan decenios, con suerte.

Las no merecidas o dignas de sospecha las dan rápido, vease, version civil, el toisón de oro o los premios principes de asturias.

De hecho, creo acertado mirar de reojo a cualquier premiado en este pais.

Herep dijo...

Hablando de premiados y galardonados, no podemos olvidar la vasta colección de medallas que atesoran algunos de nuestros jueces más relevantes.

¡Generales de cinco estrellas, parecen!

Me apunto la reseña, Reinhard, aunque no sé si me será fácil encontrarlo.