Reconozco que los tiempos que me han tocado vivir me desbordan sin mucha piedad y con pocos remilgos. Acabo de descubrir que existe una profesión nueva, al menos para mí: monitor de comedor.
Eran un grupo se seis o siete, tal vez ocho, mujeres y hombres de diferentes edades, que tomaban café junto a un colegio de la ciudad donde sobrevivo. Dada su estética perroflautesca, y algún comentario políticamente correcto sobre recortes y derecho a decidir que pude escuchar, deduje,con esa gracia del que se apunta un tanto, que eran profesores, esos que hoy enseñan asignaturas como Conocimiento del Medio, hostil añado yo. Mi señora me corrigió y me indicó que eran monitores de comedor y que de profesión nueva-dada mi insistencia en lo que consideraba un hallazgo-nada de nada.
Eran un grupo se seis o siete, tal vez ocho, mujeres y hombres de diferentes edades, que tomaban café junto a un colegio de la ciudad donde sobrevivo. Dada su estética perroflautesca, y algún comentario políticamente correcto sobre recortes y derecho a decidir que pude escuchar, deduje,con esa gracia del que se apunta un tanto, que eran profesores, esos que hoy enseñan asignaturas como Conocimiento del Medio, hostil añado yo. Mi señora me corrigió y me indicó que eran monitores de comedor y que de profesión nueva-dada mi insistencia en lo que consideraba un hallazgo-nada de nada.
Sorprende que en esta época de recortes-el colegio es público-exista esta egregia figura cuyo cometido no me queda demasiado claro: ¿obligan a los niños a dejar los platos limpios? ¿supervisan los menús para minorías étnicas o diabéticas? ¿amenizan el almuerzo con canciones al estilo cumbayá? ¿idiotizan a los niños con las bondades del camino a la independencia y las hazañas de Messi? Un misterio cuya resolución quizá requiera infiltrarse al estilo de aquel periodista alemán que se hacía pasar por turco en la Alemania de los años ochenta, tarea para la que mi cuerpo y espíritu ya no están preparados.
Pero tampoco hace falta jugar a los espías ni regalar el beneficio de la duda a todos aquellos que van de frente y hacen gala de su ortodoxia: viendo el pelaje inconfundible de estos monitores, su ética y estética, y la hormona de la idiotez con la que se forman y van creciendo los tiernos infantes a los que sirven el rancho, queda vacío de contenido por estéril el debate sobre la conveniencia o no de una castaña como Educación para la Ciudadanía. Y ya puede venir Wert, tipo muy poco de fiar por ser más tertuliano que ministro, con sus deseos de españolizar a los niños catalanes, que lo que se inculque en las aulas será barrido en el comedor.
Coda: Cuando acabo estas líneas, un abogado en ejercicio me indica que una menor a la que defendió hace tiempo se está reinsertando con la obtención del título de monitora de comedor. Acabáramos.