Esa difícil encontrar una especie más estólida que la del tertuliano, pero la hay, sin duda: la del político metido a tertuliano. Toda una peste, la de esta doble condición, que es propagada con saña por El Gato al agua, espacio gallinero conducido por un auténtico analfabeto. Allí depone, entre otros, una tal Elvira Rodríguez, prototipo de una casta, la política, que no sólo se conforma con vivir del cuento sino que además hace impúdica exhibición de un optimismo para salir de la crisis que únicamente existe en su cuenta corriente y en sus fofas posaderas.
Días atrás, y a cuenta de un manifiesto que pretende una radical reconversión del Estado, la tal Elvira arremetía contra uno de los firmantes de esa iniciativa, Ortega Lara, para terminar preguntando al resto de tertulianos y a la audiencia quién era y qué legitimidad tenía ese señor para invocar una profunda reforma del sistema que padecemos: triste país aquel en el que pagar impuestos no legitima ni la firma de una simple declaración de principios. Mas no cunda el pesimismo y bendita sea esta crisis si trae consigo iniciativas que amenacen con mover la silla a tanto estómago agradecido. Aunque deben saber los muñidores de manifiestos de esta naturaleza que para mover la silla de la tal Elvira harán falta un par de bueyes. Ánimo.