No hace mucho el camarada Sánchez
nos aseguraba que era imposible un apagón, que eso era un bulo de la extrema
derecha, muy dada siempre a plantear escenarios apocalípticos. Ayer tuvimos un
apagón general que sembró el caos y que provocó que el personal, recordando a
Cuba y Venezuela, tuviese un poco más claro que el gran timonel, gigavatio tras
gigavatio, nos conduce hasta la victoria final.
En realidad, fue un aperitivo, o
experimento, de lo que nos espera con la agenda 2030: no tendrás nada y serás
feliz. Otro día nos quedaremos sin agua y al siguiente sin gas, si bien con un
corte en el suministro de este fluido siempre tendremos el comodín de Putin. Al
final, recuperada la subnormalidad, cundió una euforia tan grande que el pueblo estuvo a punto de salir a los balcones para aplaudir a los técnicos que nos
habían devuelto a la luz. Miremos, en fin, el asunto con los ojos del optimismo y pensemos
en cuánto ha ganado nuestro planeta con este apagón.